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domingo, 19 de enero de 2014

Vivir para morir.

Vivir para morir.

Respira suavemente durante unos segundos, mira a tu alrededor y asimila la realidad. Esa realidad a la que estamos acostumbrados a ver, y a ser. Sentir el aire rozando tu piel, notar esas motas de ignorancia que se esparcen por tus venas, ese vaho que desprendes al pasear y regocijarse al ver la belleza en sí de la vida, al sentir el viento golpeando tu rostro, escuchando unas risas llenas de alegría, de familias, de parejas, de jóvenes, disfrutando de la vida. No se trata de planear ni de calcular nada. Disfrutar de las pequeñas cosas.
Miras a tú alrededor, y ves el entorno, el tiempo, aquellos bloques, pisos viejos esperando a ser carcomidos  por el tiempo, por la suciedad, por la antigüedad. Nubes danzando en el cielo, sin llegar a eclipsar el sol, un sol radiante atravesando cada poro de mi piel. Árboles floridos movidos por el viento que proviene del oeste. Gaviotas sobrevolando por encima del banco central de Manhattan, huyendo en dirección contraria, como si supieran a donde ir. Son aquellos pequeños, hermosos detalles los que hacen que no cuestionemos el por qué de nuestra existencia, porque sabemos que en el fondo y después de todo esto, estamos destinados a morir y seguiremos sin saber por qué.

jueves, 26 de julio de 2012

Apariencias




Andrea Pozueco Jiménez.

Invierno de 2008

APARIENCIAS





EL CASO FARREL:

Michael Farrel es un chico que nació en Australia en el año 1940. En el año 1961, Michael se traslada a Nueva York, EEUU, para cuidar a su madre.

A los 29 años el detective Henry J.Hemingway y él se sumergen en una aventura dentro de un barco cuyo objetivo es llegar a Alemania. Pero una serie de misterios y casos extraños les impulsa a llevar a cabo una investigación debido a una serie de asesinatos que se hallan en el barco. Siendo considerados como unos de los mejores detectives del mundo, no dudan enseguida  en estudiar a fondo los misteriosos sucesos. Una trama misteriosa envuelta en líos amorosos y perturbadores que acabaran desembocando en la huella del crimen.





                                                        









                                        











CAPÍTULO 1



-Michael, ven aquí pequeño, ven aquí-exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. Me sujetó por la cintura me cogió levantándome.

-Te están esperando, cariño-respondió mi madre.

-Te echaré mucho de menos-afirmó dándome un beso en la mejilla.

Las últimas palabras que recuerdo de él. Apenas podía recordar detalles de él antes de que se fuera a la guerra. Era muy pequeño.



Mi padre me dijo una vez que tuviera mucho cuidado, que las apariencias engañan, hasta que desconfiara de los más cercanos a mí. Debía haberle hecho caso. Cuando mi padre murió, mi madre y yo nos trasladamos a Nueva York. Ahora trabajo en una comisaría como detective.

Aquella tarde me llamaron de la oficina donde trabajo. Mi jefe el detective Henry J.Hemingway es uno de los más conocidos en el mundo. Está especializado en casos muy importantes, aunque es un poco desordenado. Delgado, un poco corpulento, de altura media, guarda una mancha de nacimiento en el entrecejo, con barba. Pero no me puedo quejar, pues siempre me lleva con él a todos sitios. Algunas veces suele ser desagradable y tal vez desagradecido. Mi jefe siempre dice ''Me tomo muy enserio mi trabajo y no me gusta que me molesten cuando estoy trabajando''.

Aquel día mi jefe me comunicó que debíamos hacer un largo viaje.  Un ayudante suyo me acompañó hasta mi casa, pues debíamos irnos cuanto antes a Inglaterra. Nos llamaron desde allí comunicándonos que unos topos se habían colado en territorio inglés y teníamos que averiguar quiénes eran esos espías.



(Casa de Michael Farrel)



-¿Ya has terminado de hacer la maleta?-dijo el ayudante.

-No, aún no. Oye, ¿cómo es que vienes con nosotros?

-Ah, pues, el señor Hemingway aceptó que viniera con ustedes-respondió tímidamente-Soy nuevo en esto. Detective Farrel, me gustaría aprender todo lo necesario y llegar a ser un gran detective, como el jefe.

-Ya veo.

-Será un largo viaje.

-Aún no me has dicho tu nombre.

-Me llamo John Harrison, señor.

-Yo soy Michael Farrel, y si no te importa deja de llamarme señor-dije algo enfadado.

Me acerqué al gran espejo que había detrás de la puerta del dormitorio. Ahí estaba yo, frente al espejo. Un ingenuo, sencillo y tímido chico exigente en su trabajo que muestra en algunos momentos una impetuosidad, siendo en escasos momentos impulsivo, dejando ver un sentimiento protector con respecto a lo que le rodea.



Nos teníamos que ir ya y demasiada prisa para mi maleta no era buena, pues se hallaba a presión por toda la cantidad de ropa que había metido en ella.

-¿Puedo darte un consejo?-pregunté mientras salíamos por la puerta.

-Claro, di.

Se paró en el porche con intriga. La luz parpadeante iluminaba el rostro de aquel joven chico.

-No te confíes mucho. Se te ve demasiado ilusionado...

(Puerto)

Nos sentamos en el taxi los tres y éste nos condujo al puerto. Aquel coche olía a una mezcla entre estiércol y a perfume empalagoso intentando disimular el olor que desprendían sus axilas. Qué satisfacción salir de aquel apestoso taxi. En cuanto llegamos, partimos rumbo a Inglaterra. Subimos las escaleras.

De camino a nuestras habitaciones, me crucé con un hombre mayor, de 60 años aproximadamente.

-Ese es Steve Leenon.-dijo Henry-Por lo visto sufre de parálisis de las dos piernas. Ves toda la tristeza que refleja su rostro.

-Por sus seres queridos-afirmé.

Me miró un tanto confuso.

-Antes de hacer el viaje, el capitán Moraga me lo presentó. Según él es uno de sus mejores amigos, como un padre por decirlo así.

-¿Oye cómo sabes eso de sus seres queridos?

-No lo sé. Simplemente lo intuyo-respondí terminando con una breve sonrisa clavada en él.



Esa noche se celebraba una fiesta de bienvenida. No era raro que hubiera una fiesta nada más comenzar el viaje. Antes de su comienzo, sin avisar a Henry, me dirigí hacia el camarote del capitán del barco. Golpeé la puerta dos o tres veces. Me dejó entrar. Llegó a tolerar mi presencia sin dejar de mirar al frente.

Le pregunté su nombre después de decirle yo el mío, pero no quiso. Era demasiado reservado.

-Supongo que querrá que me vaya. Si...-afirmé dándome la vuelta en dirección a la puerta con intención de no entorpecer más en su trabajo-Adiós.

-Espere-me frenó de un momento.

Ni me di la vuelta por querer darle la espalda debido al comportamiento tan despreciable que tuvo conmigo.

-¿Necesita alguna información sobre el barco, el horario, lugar del comedor o cualquier sala de juego?

-No, no se moleste.

-Bueno, en caso de que usted la necesite, tiene en la mesilla de su habitación unos folletos y demás información del barco.

-Está bien, gracias por…-me interrumpió quedándome con la palabra en la boca.

-Al salir cierre la puerta bien. Ya puede irse.

Me quedé perplejo, incómodo ante esa situación y un poco fastidiado por la respuesta que recibí. Entrelacé los brazos.

-Es usted un amargado y un ambicioso.

-¿¡Qué!?-arqueó una ceja.

-No se moleste, lo último que quiero es que se levante y me golpee en la cara con toda esa ira que refleja.

-¿Cómo se atreve a decir eso?

-¿Lo ve? Justo ahí- le señalé en la zona de la cara- acaba de apretar los labios.

-No tiene el derecho a juzgar y decidir qué es lo que me caracteriza.

-No lo hago, solo lo intuyo-me giré hacia atrás un segundo- me refiero en su trabajo, lo que hace. Mire, desde que he subido esas escaleras no ha apartado las manos del timón. A eso me refería, ambicioso en su trabajo, e incluso me atrevería a decir que es un poco egoísta.

Apretó el puño de su mano derecha.

-Y respecto a lo de estar amargado…vamos hombre, sólo tiene que verse: el ceño fruncido, párpados caídos, ojeras marcadas, sin ningún entusiasmo…

-Está sobrepasando los límites.

-¿Los límites de qué?-pregunté- además no he dicho ninguna mentira.

-Sí, sí que lo ha hecho.

Pupilas dilatadas. Me lo estaba pasando como un niño pequeño.

-También mentiroso-respondí.

Se levantó de la silla cogiendo la botella de vino que tenía al lado. Salí corriendo de allí rápidamente cerrando la puerta antes de que me la tirara al rostro.

No debía haberme molestado en mostrarle amabilidad a ese desagradecido.

CAPÍTULO 2

Me fui a mi habitación a descansar un rato. De todos modos, la fiesta no empezaba hasta dentro de 3 ó 4 horas.

Al despertarme, escuché un ruido procedente de la habitación de al lado. Pegué mi oído a la pared. El sudor de la frente quedó impregnado en el papel de la pared. Apenas se escuchaba nada, cuando de imprevisto oí caerse algo, un cristal según el sonido. Salí de mi habitación en dirección al siguiente cuarto, habitación 203. La puerta estaba abierta y las luces apagadas, menos la del baño que estaba parpadeando. Menuda calidad de barco tendría que ser si ni sin pasar una hora dentro del barco, ya empezaban a fallar las instalaciones.

Rebusqué en todas las salas. Abrí la puerta del dormitorio, la del baño...y ahí estaba él. Tirado en el suelo inconsciente sin poder mover nada. Era Steve, el anciano de 60 años. Me agaché poniendo mis dos dedos en su cuello para tomarle el pulso. No respiraba. Lo examiné brevemente. Le giré la cara, fijándome a ver si tenía algún rasgo o alguna marca. No tenía nada. Se podía observar que le habían dado un disparo en el abdomen. Pero súbitamente, sentí una cuchillada en la pierna derecha, la mala, en la que sufrí una lesión. Al tumbarme en el suelo, giré mi cuerpo boca arriba. Me di cuenta de que había un asesino a bordo. La simpática y tímida Clara, cuidadora del señor Steve y culpable de cometer dos asesinatos.



-¡Aaaaahhh!-me incorporé.

Otra cuchillada en el estómago. Me fui desangrando poco a poco, lentamente hasta que ya no sentí nada.

Mi corazón dejó de latir lentamente. Me ahogué en un hondo y profundo hoyo lleno de...oscuridad y tristeza. Lo bueno es que todo aquello que me había acaecido era un sueño. Bueno, más bien una pesadilla. Desperté angustiado con el sudor en la frente respirando hondo. Tras mantener la tranquilidad y controlar la ansiedad que mi corazón había alcanzado me incorporé. Miré mi anticuado reloj pero pragmático desde que me lo regaló mi última novia en mi último, válgame la redundancia, cumpleaños a su lado.

Era tarde. Me vestí rápidamente con un traje negro que tenía de hace tiempo. Mis zapatos de charol destacaban más que aquella corbata que me regaló mi madre. Gracioso, ¿no?

-¿Ya estás listo?-preguntó mientras entornaba la puerta.

-Casi he terminado-respondí mientras ordenaba la habitación-He tenido un sueño.

-Ah, ¿sí?, y... ¿qué soñabas?

-Nada importante-dije disimuladamente-que la cuidadora de Steve me asestaba una cuchillada en la pierna.

-¿Qué?-preguntó con una sonrisa sarcástica-pues ten cuidado que todavía ronda por estos pasillos.

-Ya, pero es extraño. Este sueño llega a cuestionar a Clara y a poder llegar a sospechar de ella.

-¡No digas tonterías!-exclamó extrañado.

-Pero claro, solo es un sueño ¿no?

Henry terminó la conversación con una mirada clavada en mí. De repente, entró John, el ayudante de Henry.

-¡Nos vamos o que!-exclamó ansioso de llegar al bufet con la intención de no dejar nada en las bandejas, cosa imposible.

Nos dirigimos al salón central. Nada más entrar vimos a varias parejas bailando vals, tangos, románticas baladas e incluso vimos a hombres solteros de 55 años aproximadamente imaginando estar bailando con alguien.

Me senté donde el capitán, ya que él me lo pidió.

-Pero bueno, ¿quién está aquí? El detective Henry Jason Hemingway-dijo el capitán-es conciso el nombre.

-¿Qué tal capitán Moraga?-preguntó Henry-por lo que veo bien ¿no?-dijo mirando los chupitos que se bebía después de susurrarle al de al lado que le pidiera otro.

No paraba de reírse y reírse sin motivo alguno debido a todos los chupitos vacíos que llenaban la mesa. Aunque él normalmente no solía emborracharse tanto según me dijo Henry, ese día estaba muy mal, incluso pálido. Fue un milagro que no le diese un paro cardíaco. Me fui alejando rápidamente y  comencé a escabullirme de aquel alboroto que estaba montando el ebrio capitán. Me marché a fuera a que me diera un poco el aire. A la derecha había una pareja disfrutando del sonido de las hermosas olas que golpeaban el barco y de sus tiernos momentos de amor y pasión que recorrían sus corazones.

A mi izquierda, algo me hizo girar la cabeza. Era Clara, la joven chica que cuida a Steve. Sus lágrimas caían tímidamente sobre su rostro mostrando toda la tristeza que se hallaba en sí misma.

Me senté en un banco a su lado, pero no dijo nada.

-Clara, ¿no? Yo soy Michael-dije ofreciéndole mi mano. Ni se inmutó.

-Bonita noche, diferente a las demás.  Oye, no soy muy avezado en esto, pero si necesitas hablar, te escucharé con mucho gusto.

-Ya...muy amable por tu parte pero no necesito nada-respondió secándose las lágrimas.

Estuvimos hablando durante un rato. Le comenté detalles graciosos y anécdotas sobre mi infancia. Y su sonrisa volvió, una sonrisa dulce que me hizo despertar de una historia en la que lo único intrigante o irónico fuera el revoloteo de una mosca.

-Y que... ¿no tienes recuerdos de tu infancia?

 -No me gusta hablar de eso. Lo único que me trae son malos recuerdos-dijo entristecida-¿imaginas una niña a la que su familia la abandona en la calle como si fuera una rata de alcantarilla?

-Lo siento mucho. Imaginarme eso me destrozaría la vida, incluso a cualquiera que se lo cuente.

-Ya...No lo sientas. De todas maneras, eso ya es pasado. Y gracias a Steve ahora estoy viva, feliz por saber que él está mejorando, contenta por no saber nada de mis padres.

-Entonces fue él quien te recogió de ese callejón sin salida-respondí sorprendido al no saber el gran corazón que tenía aquel señor.

-Te doy las gracias por saber escuchar, poca gente en el mundo hay como tú.

De repente, un pequeño niño salió de la nada en dirección a Clara. Ella nerviosa cogió al niño por el brazo y le susurró al oído que se fuera a su cuarto, que después iba ella.

-Te lo puedo explicar, pero por favor no digas nada-dijo asustada con el rostro sudando.

-No te preocupes, no tengo intención de decírselo a nadie, pero, ¿de dónde ha salido?

Me agarró de la mano y me condujo guiándome por una serie de pasillos y puertas desconocidas.

-¿Recuerdas lo que os conté sobre mi infancia?-preguntó con impaciencia.

-Sí, claro que lo recuerdo.

-Pues eso es lo que le pasó a él, más o menos. Yo comprendo que quieras decírselo a el capitán, comprendo que esté prohibido y que no sea legal tener a niños huérfanos mestizos, pero entiende mis sentimientos-dijo sin parar-Me di cuenta recién partimos a Inglaterra.

-Viene alguien. Bueno, tranquila, yo cuidaré de vuestro secreto.

Me despedí con un beso en su sonrosada mejilla y una última sonrisa dirigida y dedicada a ella. Aquel día fue fantástico...



CAPÍTULO 3



(Segundo día por la mañana)

A la mañana siguiente, un grito me despertó de aquella incómoda cama. Me desperté sudando y fui hacia el comedor después de vestirme. Pero no había nadie comiendo. Solo vi a un adolescente gordo con una tostada y mermelada alrededor de su boca corriendo como podía en dirección a proa.

En cuanto llegué, un corro de pasajeros rodeaba un objeto o algo inesperado que hubiera pasado de un momento para otro. Temía que hubiera ocurrido algo grave. Y lógica pero desgraciadamente, así fue lo que pasó.

-Apartad. Eh, haced paso. ¿Qué demonios…?

Cuando me asomé, vi un cuerpo encharcado de sangre.

-No…

Era un chico joven, demasiado joven, pues todavía le quedaba una vida por vivir para tener una muerte tan trágica y dolorosa. Quise llorar, pero me contuve. Esa es una de mis debilidades por desgracia, aunque ha habido damas que les ha parecido interesante, sensual por decirlo así.

Llegó mi jefe. Me ordenó que fuera con él insistentemente al despacho del capitán mientras se llevaban el cuerpo y limpiaban esa gran mancha marcada en la madera del barco. Asentí de inmediato y le seguí por el pasillo principal hasta el punto de destino.

-Entrégueme toda la información que usted tiene asegurada bajo silencio sobre los pasajeros, y no es una pregunta.

-¿Se puede saber por qué entra de esa manera en mi despacho?-inquirió el capitán.

-¿Todos los pasajeros que se encuentran en este barco están en la libreta?

-¿Qué libreta? Oiga, ¿le ocurre algo? porque lo noto insistente y nervioso, al menos esa es la impresión que causa o quiere causar.

-Lo que me ocurre es que ha fallecido un joven de 17 años y usted no me quiere entregar esas jodidas documentaciones.

Se quedó de piedra enseguida, pues no sabía lo que había ocurrido.

-¿Cómo?, pero...  ¿cuándo? y... ¿dónde está el cuerpo? ¿Y sus padres dónde están?-preguntó seguidamente llevándose las manos a la cabeza-esto no era lo previsto.

-El cuerpo se lo han llevado a la bodega, acaba de suceder ahora. Me he dado cuenta nada más despertarme.

Y ahora, si no le importa, deme la documentación.

-Sí, pero qué va a hacer...

-Usted aquí no es el experto-afirmé seguro y decidido.

Volvimos a nuestro cuarto, leyendo tranquilamente cada palabra que llevaba la información de aquel pobre chico procedente de la familia Roux.

-Nada.

-¿Cómo que nada?-preguntó Henry.

-No, no hay nada. Todo está limpio.

Me quitó el papel de las manos.

-Michael, trae a sus padres.

-Henry, sería mejor dejarlos descansar.

A lo que respondió Henry:

-He dicho que me los traigas. Y a su novia también.

-Pero el capitán se puede enterar, e intuyo que no le hará demasiada gracia. Necesitaremos al menos un permiso suyo que confirme que podemos hacer tal cosa.

-Lo que te preocupa  es que sus padres descansen y que se pueda enterar el borracho ese,  a que cojamos al homicida que anda por ahí. No necesitamos nada. Recuerda que ha habido un asesinato. Ahora mismo el asesino puede estar revoloteando con intención de matar a más gente.

-De acuerdo.



CAPÍTULO 4



Llegué a la habitación donde se hallaba el cuerpo. Junto a éste se encontraban sus parientes. Les dije con delicadeza que fueran a la habitación 202 para hacerles unas cuantas preguntas que esperaba que ellos me respondieran. Yo veía a la madre del fallecido llorar desconsoladamente sobre el hombro de su marido, que intentaba ocultar sus emociones, aunque en el fondo sentía añoranza por su fallecido hijo.

Les acompañaba John.

En aquel cuarto había un médico, el capitán y unos corpulentos hombres suyos ayudándoles a colocar al cuerpo en la camilla. Le dieron la vuelta colocándolo boca arriba.

Cuidadosamente me acerqué escondiéndome en una de esas grandes macetas, cuyas ramas de la planta se me enredaban en mi suéter de hilo. Les escuché hablar durante un tiempo.

-¿Hora de la muerte?-preguntó Henry.

-3:00 de la noche aproximadamente.

-Tiene una serie de escemas en la piel. Más bien sarpullidos. Supondremos que será de la alergia.

Cada vez que terminaba una frase hacia pausar una grabadora.

-Un momento-dijo girándole la cara al fallecido.

-Conserva un pinchazo, aparte de las marcas en el pómulo derecho. Presenta un traumatismo craneoencefálico, de un golpe seguramente-pausó de nuevo.

Intenté asomarme un poco más y sin cuidado alguno moví una rama. El doctor se quedó unos instantes perplejo, y siguió la investigación.

-Posee ciertos restos de madera incrustados en las uñas.

Pausó la grabadora de nuevo.

En ese momento, entró Henry en busca del doctor.

Le preguntó cuales fueron las causas de la muerte. El doctor le explicó su teoría al detective sobre el fallecimiento del chico:

-Estaba en su cuarto, cuando salió a que le diese el aire.

-Usted no puede estar seguro de eso-replicó Henry.

-Ya me lo han confirmado. Lo vieron salir de su cuarto.

Bueno, esta es mi teoría.

-Siga, siga.

-Quizá escucharía algo en el comedor que le hiciera echar un vistazo. Entró en la cocina. De imprevisto el asesino le golpeó con el rallador que se había utilizado anteriormente para rallar limón. La alergia le causó estos sarpullidos en la piel.

-Entonces el asesino sabía que era alérgico al limón-concluyó Henry.

-Lo más seguro,  de todas formas esto le dio ventajas al asesino, desgraciadamente. Éste le tiró todo tipo de objetos para defenderse. El asesino le lanzó un palo de madera hacia los pies por encima de los talones e hizo que se cayera.

De un momento para otro salí de la nada para replicarle unas cuantas dudas que me rondaban por la cabeza.

-Es decir, el asesino debía saber demasiadas cosas acerca de él.-dije un poco incómodo, pues los dos me estaban mirando fijamente-A lo mejor no sabía que era alérgico, pura suerte. Eso ya lo deberían saber. ¿Y ustedes se consideran especialistas?-inquirí no del todo convencido-pero cuál fue la razón. A lo mejor es un psicópata que mata a quien se le cruza por delante, o puede ser que asesine a las personas que se lo tengan merecido, un asesino a sueldo, pero, lo que seguro que no se os ha pasado por la mente, es que el psicópata ese debe estar rondando por uno de los pasillos de este inmenso barco, incluso me haya cruzado con él sin saberlo, o a lo mejor me equivoco.

-¿Pero de donde ha salido?-inquirió el doctor.

-Doctor, acaba de apretar los labios. Mi entrada no le ha hecho mucha gracia.

-No puede ser-dijo Henry un poco avergonzado.

-Lo que no puede ser es que a usted os preocupe más la causa por la que ha muerto el muchacho que intentar  averiguar quién es el asesino, que probablemente esté ideando otro de sus demás homicidios-afirmé sin coger aire y gritando a Henry a voces limpias, indignado por no reconocerlo en la manera que estaba actuando.

-Michael, haz el favor de salir, no hagas que me avergüence por todo el teatro que estás montando-me ordenó Henry, señalándome la puerta mientras me sujetaba del brazo.

Le agarré por el cuello de la camiseta clavándole mis pupilas en sus ojos. Una mirada intensa y penetrante capaz de ahogarte en un profundo hoyo lleno de miedo, aversión y terror. Las manos me sudaban como si ellas sangraran, gotas de sangre que recorren cada línea, cada arruga de la mano que envuelve un litro de esta.

Una de mis manos temblaba con delicadeza debido a la adrenalina que recorría mi cuerpo.

La habitación se llenó de silencio. Lo único que se oía era el revoloteo de una mosca y el rechinar de mis dientes. Apenas podía contenerme, pero gracias al silencio que aguardaba la habitación, supe que no merecía la pena destrozar mis nudillos en su rostro.

-¿Sabes qué?, me das pena. Aquí el único que se avergüenza soy yo de ti. Eres un necio hipócrita, insensato que no merece que le regalen una palabra más. Ni si quiera te molestas en defender tu dignidad, y siento lástima por ti.

Le solté la camisa debido a la repugnancia que sentía con aquel ser. Ya ni le podía llamar por su nombre, ni me molestaba en mirarle a los ojos, aunque eso supusiera desprecio hacia él. Nunca había sentido dentro de mi tanto...odio. En ese momento, lo único que se me pasaba por la cabeza era volver allí y pegarle un puñetazo entre ceja y ceja. Pero me contuve. No soy un hombre agresivo, simplemente, es que no me gustan las personas que son orgullosas, egoístas, ambiciosas, que solo se preocupan por la imagen que puedan dar a la gente ‘adinerada''. Y con gente adinerada, me refiero a esos grupos de aristócratas que no se conforman con suficiente dinero como para mantener una casa e incluso a una familia. Ellos quieren más y más. Ansían tener todo el poder en sus manos.

Me dirigí a mi cuarto terminando con un portazo al salir de la habitación. Me tumbé en la cama pensando en muchas cosas. Por una parte, pensaba en lo que acababa de pasar, claro que por otra parte, temía que ocurriera otro asesinato, pues no hacían nada para impedir eso. Pero tampoco me olvidaba de Clara. Tan tímida y tan bonita, que ni me parecía poco agraciada hasta cuando la veía recién levantada. En ese momento de alegría y de dulzura, mis párpados se fueron cerrando lentamente hasta que me dormí.



CAPÍTULO 5



Una hora más tarde, ya despierto, me decidí a viajar en el caso Roux. Con permiso del capitán, claro. Entré en el camarote después de llamar a la puerta. Me dirigí al capitán Moraga en seguida que lo vi. Quería trabajar en el caso Roux, eso le dije y para ello necesitaba a alguien que me ayudara, pero sin el apoyo de Henry. Necesitaba a alguien que me facilitara las cosas, alguien que tuviera experiencia o que tuviese ilusión. Dije que le pagaría el doble de lo que le ofreciera Henry. Por supuesto, tal y como yo conozco a Henry no le pagaría nada, no es de esos que le dan servicio a  cualquiera por dinero.

Moraga asintió con una pequeña sonrisa. Se ofreció como ayudante, pero sin que lo supiera nadie.

Actos seguidos llamaron a la puerta. Entró John por esta. Debido al despiste que este trae por su cabeza,  se debió equivocar de habitación, por la cara de susto quiero decir que este puso.

-Ups, perdón, no quería interrumpir-apuró cerrando la puerta.

El capitán y yo nos quedamos atónitos. Y volvió otra vez dirigiéndose a mí como si estuviera rebobinando  en el tiempo.

-Ya lo ha hecho-respondió Moraga.

John se quedó inquieto, tal vez cabreado, durante unos segundos.

-Eh, Mic ¿Qué ha ocurrido antes en la bodega?, he escuchado un portazo o algo parecido...

-Nada…-desvié la mirada.

-Pero yo creía que tu…

-Nada que te importe John.

En ese instante me dio que pensar una cosa. Quizá él podría ayudarme en la investigación, pues si estaba especializado en esto, aunque fuera aprendiz, no tendría inconveniente. Buena disciplina, destreza, frialdad, pero poca capacidad para disimular una mentira.

Enarqué una ceja. Segundos después, me froté la barbilla intrigado. Le advertí al capitán que todo lo que planeaba no lo supiera nadie. Ni hasta las paredes se podían enterar. Todo lo que planeo hacer siempre me sale a la perfección.

Capturé a John llevándomelo del camarote. Le agarré del brazo y me lo llevé a la  popa  del barco para charlar con él, donde la calurosa brisa choca contra las olas que golpean el barco. Un grupo de gaviotas guiadas por el viento fresco hacia el sur. Le dije lo que había ocurrido en la bodega.

Quise preguntarle si quería unirse conmigo y con Moraga en el caso Roux, pero se me adelantó invitándose él mismo para ayudarnos. Lo cual aceptó, bueno, más bien acepté yo. Sus brazos se abrieron como una de esas gaviotas que sobre exploraban el barco, en busca y captura de alguien. Ese alguien era yo. Se abalanzó sobre mí y  me apretujó fuertemente pecho contra pecho. Se fue. Yo me quedé sentado en uno de los bancos que se hallaban en el exterior. Disfruté un largo rato del entorno que me rodeaba cerrando los ojos y dejando mis pensamientos volar sobre mi cabeza. Dejé la mente en blanco.

En ese mismo instante, se acercó una chica. Una chica muy joven. Se sentó a mi lado sin decir nada. Me sonrió. Se la devolví.

 Pasaron unos pocos minutos. En ese tiempo, la chica descaradamente no apartó sus grandes ojos de mí. Me sentí un poco incómodo, pero también atraído. Su mirada sensual hacía que me ardieran los órganos. Eso no quería decir que me gustase.

-Hola-dijo ella, ofreciéndome su mano-¿cómo te llamas?

Le tendí yo la mía.

-Yo...soy Michael Farrel.

-¿Y usted? ¿Cómo os llamáis?

-Alice, Alice Florián.-respondió-No sé si usted sabrá... ¿quién era el chico ese al que han...

Me quedé esperando a que me dijera esa palabra que esperaba recibir como si yo no supiera lo que estaba hablando.

-El chico que ha fallecido.

Un joven adolescente de 17 años llamado David Roux. Ya lo había visto antes. Un chico alto, rubio, cuyos ojos azules se sumergían en un mar cristalino lleno de especias. Su mentalidad era según nos dijo madre, padre y novia la de un chico cualquiera que sueña con probar cosas nuevas, con lograr aquel sueño que todos o casi todos tenemos en mente como misión.

-No. No sé nada-Me acallé lo que pude haber dicho pero no quise.

Hay cosas en la vida que no podemos reparar aunque queramos. Cuando cometemos un error, nos arrepentimos de eso. Las cosas no ocurren sin querer, no nos ocurren por suerte o por mala suerte, pasan porque la vida es así.

Me cambió de tema enseguida al igual que su cara.

-Y... ¿cuántos años tiene usted?-preguntó.

-Los suficientes como para saber qué es lo que quiere-se me quedó mirando un instante.

-Y ¿usted sabe qué es lo que quiero?

Me acerqué a su oído para susurrarle. Sentía mi aliento en su rostro. Su empalagoso perfume me sumergía en una dulzosa nube envuelta en una capa de excitante caramelo.

-Buenas noches señorita Florián-dije retirándome así del banco.

Se quedó sentada con ganas de que le hubiera dicho lo que pensaba que le iba a decir. Sonrosada y mordiéndose el labio inferior cruzó las dos piernas e hizo un movimiento coqueto con la cabeza.

En realidad no tenía interés en ella aunque pareciera lo contrario. Seguía mirándome de arriba abajo.

Eran las 14:30, la hora de comer, pero no tenía hambre. Después de todo lo que había pasado, mi barriga se me había hecho una bola. En la esquina del pasillo, observé a Clara llevando a Steve a su cuarto para tumbarlo en la cama. Habría comido minutos antes, momento en el que yo discutía con Henry. Me asomé a la habitación.

Contemplaba como lo arropaba con delicadeza y suavidad. En ese instante, me vio asomado a la puerta. Me giré rápidamente en dirección a mi habitación. Me encerré en mi cuarto unos segundos dando círculos en mi habitación esperando algo, cuando llamaron a la puerta. Era ella. Mientras entraba mirándome a los ojos, yo intentaba inventarme algo explicable para que no desconfiara de mí y que no creyera que la estaba espiando.

Me sonrío.

-Te he visto antes asomado a la puerta.

-Ya, ya-dije rascándome la nuca.

-¿Y bien?-preguntó.

-¿El qué? No sé a qué te refieres.

Me quedé pensativo sin dejar de retorcer mis manos, una costumbre poco común, al menos en mi entorno.

-Mm...¿Querías algo?-inquirió.

-Ahh, no. Solo pasaba de camino hacia mi habitación y... 

-Tranquilo, no pasa nada. Steve se acaba de dormir. Si quieres podemos hablar un rato.

Me quedé perplejo. No supe qué cara poner así que improvisé intentando poner cara de póker.

-No quieres, ¿no? Lo entiendo, no pasa nada-sonrió irónicamente-Qué estúpida, no debía haber dicho eso.

Se dio la vuelta.

-Espera, no quería insinuar nada malo-dije de repente-Si, me encantaría.

Nos sentamos los dos en el mismo banco de siempre mientras tomábamos un helado de nata con sirope de chocolate. A cada cucharada que tomaba de helado y se la llevaba a su boca se me aceleraba el corazón el doble de veces como normalmente latía. Una mancha de nata invadía su barbilla provocándome una pequeña carcajada.

Saqué un pañuelo que guardaba en el bolsillo derecho de mi camiseta de tela fina. Con delicadeza y despacio fui acercando el pañuelo hacia su barbilla indicándole que se mantuviera quieta. No apartó su mirada de mí mientras le limpiaba aquella mancha de nata.

Deambulamos por el exterior del barco mientras conversábamos. Mis brazos se enredaban tras mi espalda escondiéndolas. Los pasos de Clara me seguían mientras andaba pasos atrás mirándola frente a frente.

-Te toca a ti.

-Está bien. ¿Alguna vez has engañado a una persona para esconder una incómoda verdad tuya y quedar bien como si no hubiera pasado nada?-inquirí mirándola a los ojos misteriosamente.

-Mm...Puede que lo haya hecho, pero sería raro en mí. Mi memoria cada vez me falla más, además no me gusta aparentar lo que no soy.

-Buena respuesta-afirmé mostrando una pequeña sonrisa.

Me coloqué en frente suya mientras ella apoyaba sus brazos en la barandilla del barco. Su tierno rostro de ángel me hacía parecer más tonto de lo que estaba. Ignoraría en ese momento si alguien me estuviera hablando. Sentía una gran atracción hacia sus labios y era imposible que me diese cuenta de que hubiera alguien más en esa zona.

-Imagina que no hay nadie ahora mismo. Piensa, que no hay nadie a tu alrededor en este momento y que no va ha haber nada y nadie que te impida nada.

Rió brevemente.

-Venga, cierra los ojos-dije.

-No, no voy a hacer eso-me negó riéndose.

-Vamos hazme caso-respondí.

-¿En serio?, porque no...No me harás daño ¿no?

-No...¡Solo te voy a tirar por la borda!-exclamé sarcásticamente haciendo un gesto de susto.

-¡Jajajaja! está bien, está bien-dijo riéndose mientras se apoyaba en mi hombro.

La incorporé de nuevo.

-Ahora...cierra los ojos.

Cerró los ojos lentamente. Suspiró de una manera que hizo dar a entenderme que estaba tranquila y relajada sin nada que le molestase.

-Vamos no mires, estabas abriendo los ojos.

-Jajaja. No, ahora te toca a ti.

Cerré los ojos intentando demostrarle que yo no los iba a abrir.

-Pero antes, déjame probar una cosa-dijo silenciando nuestro alrededor.

Fue segundo después cuando noté su mano deslizándose por mi brazo. Sus húmedas manos rozaban mi cara.

Entonces noté sus tiernos labios sobre los míos. Mis manos descendieron hacia su cintura.

El viento hacia mover los volantes de su lindo vestido beis de segunda mano pero que le hacía lucir su espléndido cuerpo. Fue como una escena de película.



CAPÍTULO 6



Pasada una hora, me dirigí a la habitación donde se hospedaba John Harrison.

Entré golpeando  la puerta hallada medio abierto. Él estaba tumbado de piernas cruzadas y con las manos sobre la nuca como si le estuvieran deteniendo.

-John, nos vamos-ordené dándole un golpecito en la pierna.

-¿A dónde?-preguntó extrañado.

-A sumergirnos en el misterioso caso Roux.

-Vamos Mic, toca hora de siesta. No seas cruel-dijo burlándose de mí.

-Tú, déjate de suplicar ya que bastante tienes con gandulear a cada hora por los comedores.

-Mic, ¿qué te pasa en la cara? ¡Oh, dios! ¡Está deforme!

-Deja de tocarme la cara-dije apartando sus manos de mi boca.

-Ah no, ohh, lo siento Mic. Solo era tu boca-respondió sarcásticamente mientras atravesábamos los pasillos que daban al exterior del barco-¿eso es una sonrisa? Alguna chica te ha alegrado el día. Y arreglado la cara.

-Mmm...Puede, ¿y si es así que pasa?-pregunté-es normal que una chica de ojos marrón claro, de cabello ondulado suave y lindo como ella misma...-dije alelado-encuentre atracción por mí.

No estaba muy seguro de lo que acababa de decir.

-Sí, claro.

-¿Perdona?

Le miré a los ojos cabreado.

-Quedas perdonado, no te preocupes.

-Oye, ¿y esas heridas en las manos? Son como arañazos.

-Ya sabes, Mic., no se me resiste ninguna-me giñó el ojo.

-Serás embustero…

-Vámonos anda-dijo mientras se burlaba de mí riéndose.

John terminó la conversación con una pequeña risa dirigiéndomela como si tuviera que captar alguna indirecta.

Primero comenzaríamos buscando pistas en el lugar del crimen, lo que viene siendo huellas, marcas, objetos dejados por el mismo asesino o cualquier material textil que nos ayude a averiguar qué ropa usaba. Después miraríamos la lista de pasajeros, hablaríamos con cada uno de ellos e iríamos descartando a aquellos que no estuvieran implicados o que no fueran los que provocaron ese terrible homicidio.

Como resultado no obtuvimos nada. Menos un trozo de tela de un suéter marrón incrustado en las uñas de la víctima. Lo que lleva a pensar que la víctima se defendió con uñas y dientes, y nunca mejor dicho. Claro que podía ser de cualquiera. Hablamos con todos los pasajeros. Con el anciano Steve, aunque no sé de qué nos serviría ya que debido a su discapacidad, la única posibilidad de que hubiera visto algo habría sido en los momentos en los que Clara le llevaba de un sitio para otro; la señorita Florián; Clara, todos sabemos que ella sería incapaz de matar a una persona por mucho que hubiera soñado la pesadilla del otro día, incapaz de disfrazar una mentira, al fin y al cabo ni los sueños ni las pesadillas se hacen realidad. Demasiada incredulidad no es bueno con respecto a todos los que me rodean; una mujer un tanto siniestra escondida bajo una capa de maquillaje con un peinado que le daba un aire de duquesa llamada Leonor Jiménez acompañada en el viaje de su marido Bermúdez. Un hombre delgaducho y pálido, al contrario que ella, con el típico bigote modelo chef, aunque en eso si que coincidían ambos. Vamos, eran el punto y la i. De vez en cuando, él se metía en el bar, se sentaba enfrente de la barra, le pedía un huisqui al camarero. Segundos después lo observaba detenidamente, y actos seguidos se lo bebía de un trago. Eso recordé mientras lo interrogaba en una de las tres veces que le vi. Es un buen tipo a primera vista aunque cuando se le cruzaban los cables su comportamiento con la gente cambiaba de repente. Es como si tuviera una doble cara. Mientras que la otra se encerraba en su cuarto seguramente pintándose las uñas, acicalándose el pelo, y como no, enrollándose con el personal de servicio. Eso precisamente me lo contó él esa misma noche. Pero no quería echárselo en cara a su mujer.

Guardaba un miedo hacia la mujer que eso hacía que ella se sintiera superior a cualquiera y con fuerzas, las que le faltaban a Bermúdez.



-Según usted el día del crimen horas antes no vio nada-dije.

-No, ya le he dicho que estaba dormido-confirmó Bermúdez-no estoy acostumbrado a madrugar aunque debería empezar a hacerlo.

-Está bien. Ayer, qué hizo por la noche-pregunté cogiendo el bolígrafo que había encima de la carpeta de apuntes. Me eché hacia atrás apoyándome en la silla.

-Lo que hago todos los días. Sentarme enfrente de la barra, pedirle huisqui doble y esperar a que pasen las horas.

-¿Y qué hizo después de irse del bar?-inquirí.

-Me dirigí a mi habitación, pasé por el pasillo exterior del comedor, ese con bancos alrededor y me crucé con un chico. Me pegó un empujón con el hombro el bruto. El muy imbécil andaba mirando al suelo, pero no recuerdo lo que me dijo-continuó-lo que sí recuerdo es que tenía una mirada misteriosa, profunda...no sé, me sentí un poco incómodo cuando me miró de esa  manera al darse la vuelta.

-¿Sabes quién era ese tipo?

-No estoy seguro…

-¿Sabría decirme su nombre?

-No. A lo mejor si lo veo sé quién es.

-Félix, me tiene que decir toda la verdad, todo lo que sepa cuéntemelo. Posiblemente ese tipo sepa algo.

-Si le estoy diciendo la verdad. Viendo las cosas como están no podría mentirle, aunque sospeche de mí.

-Está bien por hoy, el interrogatorio ha terminado. Ya se puede marchar.

Suspiró poco convencido por lo que pudiera pensar yo.

-Si necesita algo estoy en la 212-dijo humildemente.

Al salir, entró Harrison por la puerta. Me hizo un gesto de hola con la mano levantando ambas cejas al mismo tiempo. Enarcó una ceja pensativo mirando fijamente a Bermúdez y se sentó enfrente mía en el mismo sitio donde se sentaban todos y cada uno de los probablemente sospechosos del barco.

-¿Que tal Mic?, ¿alguna noticia interesante?-dijo poniendo los codos en la mesa.

-No, nada interesante de los anteriores pasajeros, excepto este último-dije intrigado.

-Ah, ¿sí?, y que...que te dijo.

-La noche del asesinato a la 12:45 aproximadamente, dijo que se cruzó con una persona. Una persona un tanto extraña, con una mirada profunda me comentó.

-¿Sabes quién es?, ¿sus rasgos físicos?-preguntó temblándole la voz.

-¿Te pasa algo?-inquirí.

-No, ¿por qué?

-No sé si el tembleque de tu voz es que eres tartamudo o es que estás pasando por un trauma por un golpe que hayas tenido y no sepas ni cómo te llamas, ni lo que dices-dije sarcásticamente-y creo que la primera opción estaría descartada.

-Bueno, no creo que la segunda sea muy creíble-se rió-no, es que estoy un poco nervioso.

-Ajaja, ¿y eso?

-Es que esta noche tengo una cita, entre comillas vamos.

-¿Y se puede saber quién es la desafortunada?-pregunté en un tono gracioso.

-Sí, tu ríete de mí anda-dijo con los mofletes colorados-es una chica que conocí la otra noche en la fiesta.

-¿Quién?-insistí-ahh, esa chica a la que estás todo el día sobándola.

-No, Alice no, una chica morenita con unos muslos, que francamente, cuando la veo andar necesito un cubo para no encharcar la tarima de baba.

Me quedé pensativo frunciendo el ceño.

-Clara se llama, eso creo.

Me quedé atónito, paralizado tras saber que la chica con la que iba a quedar fuera Clara. No podía creérmelo. Cerré los ojos unos instantes. Respiré hondo. Abrí los ojos intentando reaccionar de la mejor manera para evitar  que se me notara la tristeza que había llegado a mi corazón.

John me observó unos instantes hasta que se levantó de la silla. Se retiró de la habitación apoyando su mano en mi hombro.

Subí las escaleras. Corrí a mi habitación y cerré la puerta. Me agaché arrastrando mi espalda por la puerta. Me quedé en silencio. Le pegué una patada a mi maleta. Sentí por un momento que todos aquellos momentos que pasé con  Clara fueron una falsedad. Quise desvanecerme en aquella oscura habitación. Me sentí la persona más estúpida del barco.

De repente, escuché unos pasos que se dirigían hacia aquí.

Llamaron a la puerta. No contesté.

Insistentemente, golpearon de nuevo, esta vez más fuerte.

-Vuelva en otro momento.

No tenía intención de abrirle. Ya demasiado cansado me sentía.

Esta vez golpearon más fuerte, varias veces.

-Que no hay nadie ¡Está sordo o qué!

Segundos después, un silencio invadió la habitación.

Pasaron un papel por el diminuto espacio de la puerta.



Dejé caer mi cuerpo en mi ruidosa cama y caí desplomado por el cansancio. Me dormí intentando olvidar el largo y duro día que había tenido.



CAPÍTULO 7



Al día siguiente, me vestí y me fui a desayunar. De camino al comedor, una mano me agarró del hombro. Me volví rápidamente.

-Hola-dijo Henry con cara de disculpa.

Le ignoré y seguí andando.

-¿Qué tal te va todo?-preguntó intentando ganarse mi confianza-¿alguna novedad?

-Si pretendes sacarme algo sobre el asesinato Roux para ganarte a los ricachones que hay por el barco, pierdes el tiempo.

Me frenó de golpe colocándose delante de mí.

-Michael, sé que me he portado como un imbécil.

-Oh Henry, me convences con tanta sinceridad-dije irónicamente-que pena que no confíe ahora en ti. ¿En serio eres tan crédulo contigo mismo?

-Mi supuesta poca sinceridad iguala la prepotencia que estás teniendo hacia mí-dijo a la defensiva, engañándose a sí mismo por lo dicho.

Me giré y seguí mi camino. Henry siguió mis pasos.

-Está bien, he sido un grandísimo capullo y un miserable. ¿Con eso te basta?

-Qué quieres-dije apartando un poco la mirada.

-Que me perdones por cómo me comporté contigo.

-No tengo nada que perdonarte ni qué decirte.

-Michael, por favor.

Me miró intensamente con cara de lástima. Parecía mentira que conociendo a Henry desde pequeño y sabiendo cómo es no me esperara esto. Al final, sin más remedio lo perdoné. Tampoco quería enfadarme con él hasta llegar al puerto. Le di un abrazo y nos dirigimos al comedor para desayunar algo, ya que la noche anterior no comí nada.

Nos acercamos a la barra libre que había en frente de la puerta repleta de comida: croissants rellenos de mantequilla ó mermelada, (eso como uno lo quisiera), tostadas, cañas de chocolate, todo tipo de dulce que uno quisiera para empacharse de merengue...

Mientras pasábamos por la barra pidiendo de lo que se nos antojaba por el camino, se acercó Bermúdez a paso ligero.

-Inspector Harrison-dijo Bermúdez-ese es, al que vi la noche del asesinato.

-¿Quién?, no distingo a quien señalas-dije observando la mesa del capitán Moraga.

-Ese de allí moreno.

En esa mesa se sentaban Moraga; un hombre moreno de unos 40 años aunque no lo había visto en mi vida; dos señoritas, Alice y su prima o su hermana seguramente; un hombre de 56 años más o menos y John. Le habrían ofrecido ese sitio tan indiscutible.

-¿El morenito ese dices?, el que se sienta al lado de Moraga.

-No, ese no-dijo impacientemente-el otro.

Mi mirada se dirigió hacia John Harrison. Me acerqué un poco. Bermúdez asintió.  Anduve hacia a ellos como si no pasara nada acercándome al oído de John.

Le dije que viniera para hablar en un sitio más íntimo.

-Michael, es la hora del desayuno. No me hagas levantarme.

-Sería la primera vez que te veo haciendo algo por mí.

Se levantó y me siguió hasta la habitación. Se sentó en la cama juntando las manos con los dedos entrelazados, esperando alguna explicación por la interrupción en el comedor.

-John, ¿tú sabes lo que significa el ser fiel?

-Sí, aunque para eso están los diccionarios, para algo se inventaron-respondió con una carcajada-pero no creo que me hayas llamado para eso.

Y con toda mi rabia le asesté un golpe. Sintió mis nudillos en su pómulo izquierdo. Esperaba que el golpe le hubiera dolido más que a mí.

-Pues no-afirmé metiéndome las manos en los bolsillos-¿qué cojones hacías despierto a la 12:45 la noche del asesinato?

-¡¿Qué haces?!-gritó John poniendo la mano en su pómulo.

-Responde-dije agarrándole de la camisa.

Él aparto de pronto mis manos de su camisa a cuadros. Lo noté un poco exhausto. Su mirada me despistó por completo. Se volvió a sentar en la cama, calmando el moratón de la cara. Se frotó el pómulo herido.

-¿Quién, quién te ha dicho eso?, quien ha sido, el desgraciado de Bermúdez ¿no?

-Te reconoció esta mañana.

-Estaba en el bar tomando unas copas.

-Pues que él sepa no te vio en la barra.

-Cómo me iba a ver el tipejo ese si iba medio atolondrado. Además, yo estaba en una de esas mesas alejadas de la barra.

-¿Y de donde venías cuando te cruzaste con él?

-Quedé a las 00:15 con Clara otra vez.

-¿Con Clara?

-Le insistí a la tarde para que quedáramos por la noche para arreglar las cosas por el malentendido-dijo John.

Se refería a la trola que se inventó de la supuesta cita que habían tenido.

-Y, ¿por qué fuiste al bar si habías quedado con ella?

-Me dio plantón. Por eso iba tan cabreado.

-John, aún así, él te vio yendo en dirección contraria a no sé dónde-dije-¿a dónde ibas?

-Esto es increíble. Yo no tengo por qué darte explicaciones, ya ha sido suficiente con el interrogatorio. Así que, ¿necesitas algo más?

-No me has respondido a la pregunta que te he hecho-dije cruzando los brazos.

Me miró a los ojos sin decir nada y se marchó de nuevo al comedor pegando un portazo.

Pasaron varios días, semanas. Yo seguía sin resolver aquel enigma que tenía perturbada mi mente, aquel rompecabezas, que pensaba que era, rondando por mi cabeza. Cada noche las pasaba en vela sin poder dormir por varios motivos. Y en uno de ellos entraba Clara. La gente me preguntaba que a qué se debían esas ojeras, pero yo me lo tomaba como un irónico comentario. Fui descartando a casi todos los pasajeros del barco, menos a unos cuantos: Alice Florián, en todos estos días que llevo observándola me transmite inseguridad, y tampoco es una chica muy inocente. Más bien lista. Bermúdez. Ese hombre al principio me causaba confianza, un hombre que no haría tal cosa, pero su coartada no me convencía del todo. Una persona puede cometer cualquier estupidez con dos copas de más. John. Era el principal sospechoso. Su situación de aquella noche, su coartada coincidía tanto a la hora del asesinato como los motivos por los que estaba allí. Ambos casos no me convencían del todo. ¿Por qué debía creérmelo?



CAPÍTULO 8



Por la noche, otra fiesta se celebraba, el día siguiente del asesinato para intentar relajar a la gente, calmar a los pasajeros del barco. Todos ellos vestían elegantes, como si se fuera a celebrar algo importante. Sería la costumbre del barco de hacer fiestas y que hubiera más diversión en el este. Hombres con trajes de chaqueta y mujeres con vestidos elegantes, cortos y largos, y algunos que otros más llamativos.

Aquella noche había mucho ambiente y del agobio salí fuera, como hago a menudo. Cuando vi a esa chica, Alice Florián, asomada, como si persiguiera con la mirada cada ola que chocaba contra el barco. Asomando su pie al borde del barco impulsó todo su peso y justo antes de que cayera al mar, antes de que las palas del motor la destrozasen como una trituradora, me apresuré y le agarré del brazo sosteniéndola por la cintura. Sus ojos brillaron de la tristeza que inundaban sus lágrimas.

-¡Estás loca!-grité alarmado-en qué pensabas ¿eh?

-Tranquilo, solo he resbalado-dijo arrastrando su suave mano por mi pecho.

-¿Qué pretendías, arrojar tu vida por la borda como aquellos imbéciles que destrozan su vida sin importarles nada?-le dije mirando sus ojos.

Ella apartó su mirada.

-Ya te he dicho que no me intentaba suicidar.

-Y, ¿por qué no estás en la fiesta?-arqueé la ceja- es por John ¿verdad?

-¿Cómo lo sabes?

-Ese gesto de resentimiento te ha delatado, además de la mancha que tienes en tu vestido. Me he fijado cuando te sujetaba.

-Ah, ¿que solo pensabas en eso?

-No, quiero decir que ese es uno de los rones que bebe John, por el olor a caramelo si no me equivoco.

-¿Tan bien lo conoces?-dijo cruzando los brazos.

-Lo suficiente si eres detective-contesté presumiendo un poco-solemos ser muy observadores.

-Entonces sabrás de qué sabor es el brillo de labios que llevo puesto.

Se acercó más a mí. Tenía unos labios tiernos y bonitos.

-Fresa, ¿me equivoco?

-Te equivocas, es cereza.

En ese instante me agarró del cuello de la chaqueta y me besó. Sus manos descendieron hasta mi cintura. Noté sus uñas apretándose contra mis costillas. Fue apasionante. En el momento en el que sus labios rozaron los míos, mi incomodidad iba disminuyendo con respecto a su presencia, pues, sus tiernos y deliciosos labios me atrapaban en una nube de pasión. Sus tirones de pelo hacían que toda esa situación tuviera más morbo aún. Aunque esa situación era un poco incómoda, cada beso, cada mordisco suyo me provocaba más ambición de lo normal. Alice era una chica muy atractiva, pero eso no quería decir que estuviera desesperadamente loco por ella. Y tampoco iba a estarlo ella por mí.

Al mirar al frente, vi a Clara negando  con la cabeza culpándose por el tiempo malgastado conmigo. Un acuchillante viento rozó mi espalda.

Llevaba puesto un precioso vestido de encaje por el escote, por el que se le marcaba las curvas de su cuerpo, y créeme, eso no le hacía menos fea. Aunque debo admitir que el recogido que llevaba le favorecía mucho. Estaba espectacular. También vislumbré a John asomado en la puerta mientras una chica le rodeaba con el brazo por el cuello y se lo besuqueaba sin parar. Clara se dio la vuelta y marchó por el pasillo exterior, justo en el lugar del asesinato.

-Espera aquí-le dije a Alice soltándole del brazo, el cual pasó por mi pecho.

Seguí a Clara por el pasillo, y a medio camino le agarré del brazo.

-¿Qué te ocurre?-dije extrañado.

-Nada-respondió sarcástica-lo siento por haberos interrumpiros, ya te puedes ir-terminó apartando la mirada.

-Oye,-dije extrañado-pero, ¿no ibas a acompañar a John a la fiesta?

-Sí, hasta ahora-respondió.

-No lo entiendo. Primero te vas con John como si no hubiera pasado nada entre nosotros y luego te molesta que me esté besando con otra.

-Es que no pasó nada entre nosotros-dijo recogiéndose un mechón de pelo.

-¿Es así como quieres que terminen las cosas? Pensando que no ha pasado nada.

-Michael, será mejor...-desvió la mirada hacia el suelo, como si se avergonzara de algo.  Quizá de mí, tal vez de ella misma. Esa mirada era confusa.

Resoplé.

-Pues vale, ya no me importas, así que no tienes que sentir lástima por mí.



Me di la vuelta escondiendo mi rostro, temiendo que ella pudiera ver en mí arrepentimiento y tristeza. Aunque algunas personas me vean como una persona fuerte y resistente, no soy más que un sensiblón y un débil, que intenta ocultar lo obvio y lo real. A cada paso que me alejaba de ella sentía que me arrepentiría de haberla dejado escapar, lo cual me llevó a cuestionar si fui yo el que la cagué, el que cometí un error o el que me equivoqué de camino yéndome por el de la ignorancia y la incredulidad. Pensé que me estaba evitando por algún motivo, pero sabía que no era por John, ni mucho menos. Cuando le pregunté si estaba con él, su mirada demostraba, aparte de sus palabras, que no le gustaba John. Me refiero a ese tipo de hombres, del tipo de machote que no es hombre de una sola mujer aunque su atractivo y sus ojos hipnotizan a las mujeres hasta que se cansa de ellas. Pensé: '' ¿Por qué me preocupo tanto?''. Entonces entendí que aquel rostro angelical, ese cabello ondulado y castaño, aquellos ojos grandes y marrones, unos ojos brillantes que cuando los miraba me hacían desvanecerme en un océano profundo en el que solo existían ella y yo, me habían devuelto la alegría al corazón. No sabía si lo que sentía era que me estaba encaprichando o aquel cosquilleo que sientes por la espalda cuando estás...¿Enamorado? Tal vez, sea  amor lo que sentía y lo que siento. Aquel amor que hace que la razón, e incluso la muerte no valgan para nada. Pero aún así, algo se me escapaba de entre las manos.

Me dirigí a donde estaba Alice.

-Alice, ya hablaremos en otro momento-le dije despidiéndome con un simple beso en su mejilla.

Suponía que comprendería que yo me fuera dentro, a la barra del bar. No dijo nada.

Introduciéndome entre la multitud, observé la barra. Había mucha gente, y entre ellos estaba Bermúdez, cómo no.

Conversé con él una hora más o menos. El temblor del chupito que sostenía en la mano me hacía notar el ritmo de la música que sentían los que estaban de pie bailando. A la izquierda se encontraba Clara. Estaba hablando con un tipejo llamado Iván Reyes. Por lo visto su padre es jefe de unas 20 empresas de industria y él, heredero de una fortuna y de tres casas:

Una residía en Florida, otra en Australia y otra en Las Vegas, California. Pero solo estaban conversando. Se le notaba que no le interesaba ese tipo, no creía que pensase que le interesara tanto su dinero. Clara tenía otras cosas más importantes que  aprovecharse del dinero de un consentido. Me froté la barbilla. Echando el cuerpo hacia atrás vislumbré una figura asomada tras una pared cuyo pasillo daba a los baños. Miré a Clara porque pensé que la podría estar mirando y cuando volví a fijar la mirada en la pared, ya no estaba aquella figura.



CAPÍTULO 9



 Me levanté y me fui acercando lentamente mirando a mi alrededor. Pasé al lado de Clara. Intencionadamente rocé mi mano con la suya. Una brisa de derrumbamiento atravesaba mi pecho cada vez que era incapaz de decirle todo lo que mi corazón estaba sufriendo, que necesitaba ver el amanecer junto a ella...cuando pasaba por su lado.

Anduve hacia los baños, de donde salió aquel extraño. Algo no me daba buenas vibraciones. Al agachar la mirada, reconocí unas gotas de sangre en el suelo que seguían en dirección al servicio de caballeros. Las gotas terminaban en un charco de sangre marcado en las baldosas del suelo. Una persona desmayada en él. Se me aceleró el corazón. Estaba inconsciente. Me agaché para tomarle el pulso. Todavía respiraba. Tenía una herida profunda de un cuchillo por debajo de las costillas. Su cara estaba pálida por la pérdida de sangre. Intenté que volviera en sí abofeteándole la cara un par de veces. Salí afuera. Le dije a Clara que entrara pero que viese lo que viese que no se asustara, necesitaba su ayuda. Me vio la sangre que tenía en la camisa y me preguntó de qué era, pero le agarré del brazo y entramos rápidamente dentro. En ese instante vio todo el suelo encharcado de sangre.

-¡Clara, escúchame atentamente. Necesito tu ayuda! ¡Quiero que cojas papel higiénico y que aprietes sobre la herida para parar la hemorragia, vale!

Se quedó paralizada. Traumatizada, más bien, al ver toda esa sangre que había alrededor del cuerpo. No parpadeó ni una sola vez.

-¡Clara!

Volvió en sí.

-Yo, yo no, no voy a poder Michael-dijo temblando.

Le agarré de sus frías y sudorosas manos y se las puse en mi pecho.

-Te necesito, ¿vale?

Me miró a los ojos. Algo despertó en ella, el cual quiso hacer todo lo posible.

-Vale.

Salí corriendo  a llamar a Henry y al capitán Moraga, que estaban fuera.



- Moraga, Henry venid corriendo. Hay un hombre herido en los baños y está perdiendo mucha sangre.

-Voy a por el médico-contestó Moraga- vosotros encargaos mientras de el herido.

Fuimos corriendo hasta allí. Le hice una señal a John para que viniera, que estaba en una mesa de enfrente con una chica.

Cuando llegué, Clara estaba allí. Apretando con sus finas manos, no conseguía parar la hemorragia. Por suerte no había entrado nadie. Henry apartó a Clara de allí. No apartaba la mirada del hombre herido. No apartaba la mirada del hombre herido. 

-¡Michael, tómale el pulso!-exclamó Henry asustado.

-¡Todavía tiene!-contesté- ¡Henry, está muy pálido!

Apreté con papel higiénico en la herida. De pronto apareció John.

-¿Pero qué…?- se quedó mirándonos.

-¡No dejes que entre nadie!-dije alarmado-¡y llama a Moraga!

-Ya estamos aquí-dijo el capitán.

Los dos se quedaron atónitos al ver la sangre que había en el suelo. Por suerte, la hemorragia disminuyó un poco.

John se llevó a Clara con él para intentar calmarla y evitar que su miedo se descontrolara más.

-Hay que llevarlo a la camilla-contestó el doctor.

Se refería a la camilla de la enfermería, una pequeña enfermería con un botiquín y dos o tres camillas.

Lo cogimos y lo sacamos del cuarto de baño sujetándolo por las piernas y los brazos. Al salir, encontramos a toda la gente de allí callada y atónita sin saber qué decir. Le dije a John que cerrara el bar con la gente dentro y que no saliera nadie de allí. Mientras tanto, llevamos al hombre hasta la camilla. El doctor logró pararle la hemorragia y le cosió la profunda herida la cual se la clavaron segundos antes de que yo apareciera.

Me sentía frustrado y nervioso. Mis temblorosas manos se apoyaban en mis sienes con el propósito de intentar recordar lo que vi. El pensar que yo podía haber hecho algo, que esto se estaba yendo de las manos y que si no descubríamos quien era el asesino al que le daba morbo matar a personas, las cosas se complicarían y otra persona más lamentaría haber cogido este barco. Joder. Pero lo que estaba claro es que era un hombre. Quizá entre 20 y 50 años.  Salí fuera de la enfermería. Me lavé las manos en los baños. Ya las limpiadoras habían fregado aquel suelo lleno de sangre. Claro está, después de que lo hubiera registrado John, pero no había nada. Me lavé la cara con salpicaduras de sangre tras haberle apretado en la herida para que dejara de sangrar. Al incorporarme, Clara estaba detrás de mí. La miré a los ojos entristecido por lo sucedido, dolorido por la discusión entre nosotros dos. Me sentía impotente para decirle algo. Desvié mi avergonzada mirada hacia el suelo.

-¿Qué tal está?

-No lo sé.

-Michael, yo…

-Déjalo. No hagas que me sienta más culpable de lo que estoy-dije dándome la vuelta.

Se me acercó de repente, sin apartar su mirada. Sus ojos brillaban como si quisieran decir algo, como arrepentimiento, pero no captaba muy bien a qué se debía. Posó su fina mano en mi nuca.

-Tú no tuviste la culpa. Eso es lo que quiere que pienses.

-¿Quien?

-Él, el asesino.

Una lágrima se me resbaló recorriendo mi rostro.

-Eh, mírame Mic.-dijo Clara, con sus manos en mi cara-deja de lamentarte por algo que no has hecho.

-Claro que ha sido mi culpa. Maldita sea, Clara, yo mismo podría ser el asesino-respondí estallando de rabia.

-Sé que no lo eres.

-¿Por qué estás tan segura?-pregunté agachando la mirada.

-Porque nunca había conocido a una persona tan especial como tú. Una persona que no teme a nada pero que no le haría daño a nadie y porque, no me imaginaría que una de las mejores personas que he conocido hiciera algo así, no sería capaz.

Ella pasó mi mano con fuerza y la apretó contra su mejilla. No imaginaba tal hermoso discurso en ese momento.

Aparté la mirada.

-Este sería un buen momento para no huir de mí como siempre haces.

-Mic., yo…no puedo estar cerca de ti. No te convengo.

-Mira, sé que no te conozco del todo, no sé apenas nada de tu pasado y tampoco conozco tus aficiones…pero si conozco tus gustos, cada curvatura de tu cuerpo, conozco ese lunar que conservas tras tu oreja. Y sé cómo eres.

Me acerqué a ella intentando buscar sus labios.

-No, ¡no lo entiendes!

-Qué debo entender, Clara- respondí insistiendo en que me concediera otro de sus besos.

-No, Mic., ¡suéltame!-gritó apartándose de mí.

Se metió en uno de los baños. Golpeé la puerta dos veces.

-Clara, abre.

-Por favor, quiero que te vayas, ¿no lo entiendes?-preguntó, intentando disimular sus lágrimas.

-Clara…-susurré agotado-dime una razón, un solo motivo que me haga cambiar de opinión y por la que no deba estar aquí.

Escuché un gemido. Acto seguido, un silencio invadió los baños.

-Porque…no te quiero, nunca te he querido y-sentimentalmente- no eres nada para mí.

Agaché derrotado la cabeza. Exhausto de lo que acababa de escuchar. Apreté los labios.

-No te preocupes-respondí echándome hacia atrás- no volveré a molestarte.

Mis pies fueron andando cansados hasta la puerta, como si llevara plomo en cada una de ellas.



CAPÍTULO 10



(11:30 de la noche. Despacho del capitán.)

-Ya se lo he dicho, solo vi una figura, un hombre lo más seguro.

-¿Qué llevaba puesto?-me preguntó Henry.

-No lo sé, pero lo lógico o, lo que haría yo sería tirar las prendas por la borda-respondí-

Capitán. Necesito que nos reunamos tus hombres y tú en el lugar donde asesinaron al joven Roux, en 5 minutos. Avisaré a John.

Quería esforzarme todo lo posible para averiguar y encontrar al asesino sin que este derramara más sangre inocente. Recuerdo que de pequeño mi padre solía llevarme al parque, a tomarme un helado de esos deliciosos de tres bolas cuya corteza de cucurucho era la más crujiente que había probado, me enseñaba  álbumes de fotos de cuando la guerra… Recuerdo un día en particular. Él y yo solíamos pasar el rato cuando podía y tenía un poco de tiempo viendo fotos de cuando estuvo él en la guerra. Recuerdo las risas que nos echábamos cuando me contaba las trastadas que le hacía a sus compañeros. Seis meses pasaron y él seguía en la guerra, luchando por su país mientras yo contaba las horas que pasaban sin estar con él, sin que por la noche me contara cuentos, sin que me besara en la frente creyendo que estaba dormido y en realidad no lo estaba porque siempre lo esperaba para saber que estaba en casa,  conmigo. Pasaron un año y dos meses. Era por la mañana cuando mi madre estaba vistiéndome, cuando llegaron dos hombres uniformados. Parecían generales. Asomándome a la puerta del pasillo, vi a mi madre hablar con ellos. Uno de ellos le pasó la mano por el hombro. Mi madre cayó desplomada al suelo dejando volar un sobre en blanco. Era un telegrama. Murió intentando salvar a una niña de cuatro años. Una bala de rifle atravesó su pecho.

Pasaron 5 minutos. Todos estaban allí impacientes.

-Necesito inspeccionar el barco, y, también necesito que me ayudéis.

-Los pasajeros nos están dando la tabarra con que quieren salir de la sala-dijo John-deberíamos dejarlos marchar.

-Yo creo que pueden esperar un poco-respondió Henry- que Moraga y cuatro ayudantes suyos  inspeccionen la 2ª planta;  que John, Mic y 3 más se vayan a la planta baja; y 3 ayudantes más y yo nos encargaremos de la 1ª planta.

-Vale, está bien-respondió John poco convencido-si luego se queja la gente no es problema mío. Yo he avisado.

Inspeccionamos todo sin dejar nada sin registrar. Habitaciones, salas de estar, baños…

Cada cosa en su sitio. No había nada extraño (a extraño me refiero a objetos cambiados de lugar, huellas de calzados, un posible arma homicida…) que nos confirmara o nos ayudara a descubrir y averiguar qué pretendía realmente el asesino.

(00:15 de la noche, lugar del asesinato Roux.)

-Capitán, hemos encontrado esto en la lavandería-un ayudante sostenía en la mano una camiseta blanca ensangrentada y un cuchillo de 21 centímetros de longitud-la sangre no es reciente, lo cual lo relaciona con el caso Roux.

-¿En la lavandería?-pregunté extrañado-curioso.

-¿Qué tiene eso de curioso?-John frunció el ceño e hizo un gesto que estaba fuera de contexto y que, obviamente, ignoré.

-La lavandería está junto a la cocina ¿verdad? Y esta da a un pasillo que termina en una sala que da al exterior.

-Sí, pero…-dijo John

-Entonces da a entender que quien fuera el que cometió el crimen se cruzó con un obstáculo.

-¿A qué te refieres?-inquirió Henry.

-A que alguien le pilló con las manos en la masa o mejor dicho, estuvo a punto de verle-Henry se frotó la barbilla-suponiendo que se acercaba rápido, quiso deshacerse de las pruebas  del crimen cuanto antes y metió el cuchillo y la camisa en el cubo de la ropa sucia.

-Y luego salió por el pasillo que da a la sala y que termina dando al exterior-supuso Henry dándole lógica al asunto-está bien, llévenlo a la habitación que hay al lado de la bodega.

-Abriré las puertas del gran salón-intervino John-si me necesitáis estaré en mi habitación.



CAPÍTULO 11



Sentado en uno de los bancos, con la mirada perdida, no conseguía darle lógica a todo aquello que perseguía mis sentidos, a todo lo que no lograba solucionar, no terminaba de ver con nitidez el caso que seguía sin resolverse, como una mancha negra que obstaculizaba mis habilidades. Se acercó ese hombre mayor en silla de ruedas, Steve Leenon.

Le miré extrañado y asombrado, pues Clara siempre lo lleva a todos sitios.

-No me mires así-dijo con voz grave-soy paralítico de las piernas, no de los brazos.

Le lancé una breve sonrisa.

-Debería descansar un poco ¿no cree?-pregunté arqueando una ceja.

-Me va a decir qué tengo que hacer-se puso a mi derecha-yo puedo aguantar cuanto quiera.

Sonreí. Ese hombre me transmitía una simpatía y una gracia que hacía que me olvidara de todo. Hubo un silencio en medio de la discusión. Agaché la cabeza. Estaba demasiado cansado.

-Chico-me incorporé suspirando-mira a tu alrededor. ¿Qué es lo que ves?

En ese momento miré a mí alrededor.

-Solo veo a gente cuchicheando mientras caminan hacia sus habitaciones, observándome de reojo con gestos despreciables.

-¿Pues sabes que veo yo?-preguntó mirándome-un joven trabajador que intenta y hace todo lo posible para que no ocurran mas tragedias.

-Si hubiera hecho todo lo posible las cosas no estarían como están ahora.

-¿Crees que no vales para esto?

-No digo eso, solo que…no puedo hacerlo yo todo solo.

-Y entonces qué demonios haces aquí.

Hubo un silencio oculto durante unos segundos.

-¿Por qué haces este viaje?-inquirí mirando el cielo.

-Quería olvidar un poco el pasado.

-Me encantaría escucharlo, si no te es molesto

Sus ojos se entristecieron de repente.

- A finales de la Segunda Guerra Mundial, el general Robinson me mandó a realizar una importante misión. Pero la cosa salió mal.

Me dirigí hacia un túnel subterráneo de los enemigos. Me mandaron como espía y tenía que conseguir alguna información. Les oí hablar del ataque que pretendían hacer en una de las últimas batallas. Por desgracia, me pillaron. Salí corriendo todo lo que pude, saltando obstáculos, recorriendo las trincheras, esquivando balazos de las bayonetas, de las mp40, con la esperanza de salir vivo de allí. Aquellas ametralladoras del calibre 30 montadas en tanques, utilizadas por la infantería enemiga no llegaron a sobrepasar las trincheras en las que me ubicaba en ese momento. Lancé una de las granadas sujetas en mi chaleco. Rápidamente subí por un montículo de arena intentando atravesar aquel camino por donde pasaban las camionetas. Pero en ese momento, en esos breves segundos, distinguí como una especie de tanque, pero más pequeño. Me quedé absorto. Vi pasar toda mi vida por delante. Al cruzar ese mugriento asfalto, ese tanque se acercó a un metro de mi, cuando el soldado que me acompañaba me empujó tirándome al suelo y arriesgando su vida por mí. Murió por mi culpa. Le dije que se quedara en el punto de encuentro, pero no me hizo caso.

Más tarde me encerraron en un hoyo profundo. 2 por 2 metros. Sin agua, sin comida, torturándome cada día para sacarme información. Las piernas rotas. Un brazo me lo dislocaron con la culata de una bayoneta.

Una noche escuché un ruido. Era el soldado Moraga. ‘Despierta Steve, venimos a rescatarte’, eso fue lo que me dijo.  Más tarde me informaron de que los alemanes querían mi cabeza. Les supuso una falta de respeto entrar en su territorio, era como ensuciar su nombre. El general Robinson me dijo que debía desaparecer del mapa, que rehiciera otra vida, porque si no peligraría mi vida y la de mi familia. Al principio me costó bastante. Recordaba a mi mujer y a mi hijo cada noche, los añoraba cada vez que me sentaba en el sillón del porche sin tener a nadie que me abrazara…

-Mi padre murió en la guerra. Ahora tendría la misma edad que la tuya.

Su historia me conmovió al igual que la expresión de su cara al recordar su familia, la lágrima que recorría las faces de su cara.

-Escúchame, eres un chaval inteligente, pero… ¿no crees que hay algo que se te olvida?

Su mirada me era familiar. Me clavó sus ojos mirándome fijamente como diciéndome algo que no lograba descifrar.

-Había una frase que solía decirle a mi hijo, que las apariencias engañan, no puedes confiar en nadie. No puedes descartar de sospechoso a nadie porque creas que es inocente, porque esa es tu opinión, la que hace que a veces se cometan fallos. Tenlo en cuenta.

Me quedé paralizado, abstraído por un momento. Él se fue alejando hasta donde estaba Clara. Lo llevó hasta su habitación en la segunda planta. Al entrar en el pasillo, me lanzó una mirada y una breve sonrisa. Eran unos ojos penetrantes. En ese momento recordé esa mirada triste y penetrante. Era la misma mirada que cuando mi padre me besaba en la frente después de contarme un cuento. Pasaron  unos minutos, que fue el tiempo en el que estuve pensando y recapacitando, dándome cuenta de que todo encajaba. Me faltaba fuerza y casi no podía respirar. El corazón me latía fuertemente. Mis pulsaciones eran más aceleradas de lo normal. Respiré hondo varias veces. El sonido del golpe de las olas contra el barco era más fuerte. El sonido de las gaviotas al sobrevolar la zona donde nos situábamos era más potente de lo normal.







CAPÍTULO 12



 Me incorporé en ese momento y corrí hacia allí. La presión que tenía en el pecho de pensar que después de estar años sin ver a mi padre y que lo había vuelto a encontrar no me dejaba respirar. Pensaréis vosotros ¿por qué lo ibas a perdonar? Pero es sencillo, es decir, simplemente por la razón de ser mi padre, porque todos estos años he estado pensando que tal vez podría estar vivo, en algún lugar del mundo, y espero no confundirme. Pero tenía una duda, aquel hombre en silla de ruedas se llamaba Steve Leenon y mi padre se llamaba James Farrel. Llegué a la segunda planta. La puerta de Steve estaba abierta. Entré inquieto y nervioso, con ganas de hablar con él y saber de una vez por todas si él era mi padre de verdad o solo era una ilusión que me había creado en la cabeza. No había nadie en la habitación. Llamé al baño para ver si estaba él, pero no contestaba nadie. Abrí la puerta, y no había nadie. Sólo me vi a mí reflejado en el espejo. Vi a un chico insensato que sólo tenía la esperanza de volver a ver a su padre, alegrar a su madre y que esta, simple y únicamente volviera a reconocer el sentimiento de felicidad. Mirándome en el espejo, vi al fondo una mano sobresaliendo a los pies de la cama. Me acerqué con pasos afelpados, lentamente mientras sostenía en mi mano una pistola del calibre 30. Estaba caído. Tenía un disparo en el abdomen. Igual que en mi sueño.  Me agaché rápidamente. Le puse un cojín en la cabeza con cuidado.

-¡¿Quién te ha hecho esto?!-le pregunté mientras apretaba en la herida.

Estaba jadeando. No podía casi ni hablar.

-Tranquilo, Steve no te muevas. Pediré ayuda-me incorporé para llamar a alguien pero él me agarró del brazo fuertemente.

-Quédate aquí, no te vayas-dijo tras coger aire.

Me sonrió mirándome fijamente a los ojos.

-¡Pero necesitas ayuda!

-No servirá de nada. No sobreviviré-dijo escupiendo sangre-la bala atravesó el hígado, y, probablemente me queden minutos de vida.

Me quedé con él. Sus ojos intentaban decirme algo. Respiraba con dificultad. Apretando en la herida para que no se desangrara, puse su mano en el estómago mientras rompía un trozo de la sabana de la cama que estaba detrás de mí. Se la coloqué alrededor de la cintura

-Me recuerdas a tu madre. Tan testaruda y humilde-dijo girando la cabeza.

Ahí supe que era mi padre. Al que no había visto hace años.

-¿Por qué no me lo dijiste?

-Por miedo. Por miedo a que me rechazaras y no quisieras saber nada de mí.

-No se me ocurriría hacer eso.

-Michael-me agarró de la mano fuertemente-dile a tu madre, que lo siento. Y que me hubiera encantado volver a estar junto a ella.

Se me derramó una lágrima. Una lágrima descendiendo por mi pálido rostro.

-Padre…

-Te quiero, hijo- me sonrió levemente.

Gritó apretando su mano con la mía, mientras se retorcía produciendo gemidos profundos.

-Yo también te quiero-le sujete la cabeza acercándola a mi pecho.

En ese instante noté que su mano se aflojaba lentamente, dejándola caer  lentamente al suelo.

Su pulso se desvaneció hasta que ya no sentí sus dedos apretar contra mi mano. Dejé de sentir su vaho. Cerré sus párpados lentamente despidiéndome de él con un beso final en la frente. Unas lágrimas llena de amargura, melancolía y cólera descendieron por mis mejillas. Aquella habitación se volvió grisácea, lúgubre, perturbadora.

Unos pasos se acercaron hasta la puerta.



CAPÍTULO 13



Era él.

-Debía haberlo imaginado. Miserable de mierda-corrí  hacia John con toda mi rabia.

-Ehh, ehh, eh-respondió con chulería-yo que tú no haría eso.

Frené enseguida cuando me percaté alarmado de que sostenía en la mano una pistola con la que apuntaba en la sien a Clara.

-Así mejor-dijo echando una carcajada.

Sujetaba a Clara rodeándola por el cuello con su repulsivo pero vigoroso brazo. Me apoyé en una de las mesillas de aquel pequeño salón.  Cerró la puerta lentamente.

-Debíais haberme hecho caso antes de revisar el barco.

-Esto no tenía por qué haber salido así, John.

-¡Fue culpa tuya!-gritó lleno de ira, apretando su pistola contra la sien de Clara-te lo avisé bien claro.

-¡Para ya! por favor…-dijo Clara sollozando de miedo.

-¿Eso te da motivo para matar a Steve?-inquirí tristemente.

John desvió su vista al cuerpo de mi padre, con su despreciable mirada.

-Ese viejo era un incordio. No tenía que haber puesto sus asquerosas narices en nada.

Me acerqué apretando mi puño con fuerza, pero me volvió a señalar la pistola con la que apuntaba a Clara.

-Al menos, deja marchar a Clara, ¡ella no tiene nada que ver!

-Te equivocas-dijo mirándola.

Me quedé en silencio.

-¿No se lo has contado?-le preguntó a ella, rozando con su mano la mejilla de Clara.

-Cállate-dijo ella intentando deshacerse de los brazos de el repulsivo John-bastante me has complicado ya la vida.

-De qué estás hablando-dije.

-¿Qué pensabas que iba a hacer esto yo sólo?

-Déjalo ya, John-afirmó ella de nuevo.

-Ella ha colaborado mucho en cada uno de los asesinatos, de verdad. Me ha servido de mucha ayuda…hasta ahora.

Apartó la mirada avergonzada.

-Por eso mataste al hombre de los baños. Fue el que te pilló y el que se escapó cuando mataste al chico Roux.

-Te crees muy listo, ¿no?- preguntó apuntándome-te crees que lo conoces todo y no sabes una mierda!

De repente tiró a un lado a Clara hacia la cama apartándola de él y apuntándome a mí.

-Y no me queda otra opción que matarte-añadió

-¡No!-exclamó ella abalanzándose sobre él. Comenzó a arañarle la cara.

En ese instante, me agaché a mi derecha cogiendo la colt del 45 que yacía en el suelo. Traté de incorporarme con la mayor rapidez posible que pude.

Dos disparos insonorizaron mis oídos. Dos disparos provenientes de diferentes pistolas.

Acerté con un solo disparo en uno de los tendones del pie de John. Cayó al suelo derribado. En unos segundos moriría. Ese disparo en el tendón le producía espasmos en la pierna cada dos segundos.

Sonreí. Miré a Clara. Tenía una sonrisa en su rostro, pero sus afligidos ojos no decían lo mismo. Se llevó las manos al corazón. Tenía sangre en las manos.

-No…-susurré.

Corrí hacia ella antes de que cayera derrumbada. La sujeté por la cintura y por la nuca delicadamente tumbándola en la cama. Perdía demasiada sangre. Ella ya sabía que Dios no le iba a dar otra segunda oportunidad para recuperar todos los segundos que no aprovechó. Gemía de los pinchazos que estaría sintiendo en ese momento. Le coloqué una prenda de algodón alrededor de su pecho. Después le coloqué una almohada bajo la cabeza con suavidad. Sentí un escalofrío por dentro. Verla sufrir, allí tumbada y débil me angustiaba más. Pensar que no iba a poder estar más con ella, poder estar a su lado cada vez que lo necesitara. Se estaba alejando cada vez más y más que me quemaba por dentro. Ella podía ver la mirada en mi rostro, y eso me destrozaba. La única chica que me enseñó el significado de lo esencial, algo que es más fuerte que el dolor, que incluso la muerte, ese sentimiento de felicidad, el amor. Ella iba a desvanecerse de mi vida.

Me miró sonriendo pasando su mano por mi mejilla.

-No llores por mí-dijo mientras apartaba una lágrima de mi rostro-eres un buen chico y no mereces sufrir más.

-No digas eso…-respondí besando su fría mano.

Me acerqué a ella besando sus tiernos labios. Cerré los ojos fuertemente resistiéndome a llorar. Otra lágrima cayó cerca de esa profunda herida.

-Tengo frío-me dijo con un hilo de voz-abrázame.

Sujeté su cuerpo acercándolo al mío. Abrazándolo fuertemente sin que se me escapara, sin que se me resbalara de mis brazos, intentando congelar el tiempo, pretendiendo hacer como si no pasara nada, sintiendo aun su respiración durante unos minutos más, respirando el olor de su cabello, de su piel, de sus labios…

Se acercó a mí susurrándome al oído:

-Ahora puedo descansar tranquila.

-¿Por qué?-le pregunté observando sus dulces ojos.

-Porque ahora sé lo que se siente cuando estás enamorado.

Le sonreí lentamente. Podía ver en sus ojos felicidad, mientras se quedaba observándome.

-Te mereces mucho más.

-Solo te necesito a ti-le respondí robándole uno de esos besos que no me atreví a darle cada noche en ese barco.

Me susurró de nuevo al oído:

-Te quiero.

En ese instante dejé  de sentir poco a poco su respiración, su halo. Sus manos se fueron aflojando y deslizando de las mías, sin sentir ningún latido de su corazón. Su cuerpo cayó completamente en mis brazos. Le coloqué tiernamente su cabeza en aquella arcaica almohada. Todas aquellas horas trasnochadas pensando en su voz angelical.Eché a llorar. Ya no sólo de tristeza sino de rabia. Esto no tenía que haber ocurrido así.



CAPÍTULO 14



(Puerto de Hamburgo. 07:25 de la mañana)



-Al fin en tierra. Menudo viaje ¿eh?

Exhalé aire. Acto seguido arqueé una ceja.

-¿A dónde llevan los cuerpos?-pasaron por mi derecha un grupo de médicos de urgencia.

-Supongo…los enterrarán.

-¿Y el chico? ¿Qué harán con el niño?

-No lo sé todavía. Qué más da a dónde lleven al niñato delincuente ese.

Me sorprendió la frialdad con la que dijo esas palabras, toda esa poca sensibilidad. Era sólo un niño.

-No lo entiendo. Hay algo que no me encaja. No creo que John fuera capaz de manipular y planear todos aquellos asesinatos. Y de todos modos, ¿por qué no matar a Bermúdez? No es que lo quiera ver bajo tierra ni mucho menos, pero ¿por qué no se deshizo de Bermúdez? Él fue quien lo vio salir del bar/restaurante y el que lo delató-afirmé mientras me frotaba la nuca.

-Tal vez porque… ¿Quién iba a creer la versión de un borracho desgraciado?

-Puede… tal vez sea eso. Pero sigo sin creer que fuera tan meticuloso. De hecho, no lo era. En el momento en el que me apuntaba con la pistola, no se puso ni unos guantes de licra. Un asesino en serie tan meticuloso como se supone que era él lo habría hecho.

-Mic. fue él el culpable, el caso está cerrado, tu culpabilidad por Clara es lo que hace que intentes buscar otra solución a algo que no la tiene.

-No, Henry. John debía de ser un cómplice, un simple peón, una ficha débil del ajedrez.

-Michael, tú no tienes la culpa de la muerte de Clara y de tu padre-apretó los labios Henry frunciendo el ceño-estás confuso y eso te hace desvariar.

-¿Qué has dicho?

-¿Qué?

-Lo que acabas de decir.

-Que estás confuso y eso te hace desvariar.

-No, eso precisamente no. Sabes de qué hablo.

Henry frunció el ceño echándose hacia atrás.

-Qué dices, Michael.

-Yo nunca te mencioné que mi padre era Steve.

-Sí me lo dijiste.

-No, no te lo he dicho. Pero claro, supongo que lo sabrías antes de matar a Steve.

-¡De qué hablas! Oye, ¿me estás inculpando de la muerte de Leenon?

-Leenon nunca mencionó que él lo matara. Tú eras el cerebro de todo lo que planeasteis. Y necesitabais a alguien inocente a la que poder manipular, Clara-Henry se quedó perplejo-el querer que yo te perdonara, estar cerca de mí, conocer cada pequeño detalle, cada cosa que hacíamos, sólo te daba más ventajas.

-Eso no es así. Leenon era un buen tipo-apretó los labios, de nuevo.

-Mientes. Lo debía haber visto antes, en tu rostro. Pero dime, ¿Quién fue el que mató al chaval David Roux?

Apartó la mirada.

-¿Fuiste tú?-pregunté mirándole fijamente. Arqueó una ceja-¿John?

Desvió la mirada hacia la izquierda.

-Ya veo-asentí-las rozaduras en las manos. Eran del rallador. Además, tu no serías capaz de ensuciarte las manos de esa manera, eres demasiado cobarde.

Apretó el puño derecho.

-Pero no entiendo por qué, cual fue el motivo que te llevó a ser tan cruel con ellos-me refería a todos los que había matado- contigo mismo y lo que acabará con destruirte tanto física como psicológicamente. ¿Quizá… estabas cansado del trabajo? Planeabas saquear…algo se me escapa.

Apartó la mirada.

-¿El barco?-hizo una mueca-no, el barco no… ¿un banco?-mostró de nuevo otra mueca diferente.

-Un banco, sí. Pero todo se te complicó cuando ese chico, David, os escuchó a ti y a John, tu cómplice, planear todo.

Se entristeció.

-Toda tu carrera, toda tu miserable vida a la mierda-acabé por decir.

-Mic. No…no entiendo, no sé cómo has podido crear en tu mente toda esa sarta de cosas. Me parece…-se le escapó una lágrima.



Pensé en ese momento que lo había fastidiado todo, pensé que toda esa situación en el barco, todas aquellas secuencias- de los llantos, de aquellas trágicas muertes y todas esas personas que perdieron a gente querida, personas jóvenes desgraciadas, mi padre- que me venían a la mente eran el origen de este perturbador pensamiento incrustado en los más hondo de mi ser que me seguía a todos lados y de lo tan frustrado que me sentía en ese momento.

-Farrel, amigo…-levantó su entristecida mirada-aunque todo eso que dices fuera verdad…-respondió tartamudeando.-Acto seguido hizo una mueca-¿Quién iba a creerte?





                                                         FIN