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martes, 15 de noviembre de 2011

''Amenaza contingente''.

Me levanté de repente de la cama. El ruido inesperado de la alarma aceleró las pulsaciones de mi corazón. Eran las nueve menos cuarto y debía apresurarme para llegar al trabajo antes de que mi jefe me riñera. Tropecé, intentando deslizar los elásticos leguis estilo vaquero por mis musculosos glúteos, ante uno de mis botines beige, de tacón alto, con una fina suela, piel de terciopelo de la marca Carolina Herrera.
Me recogí mi castaño pelo. Uno de los mechones de mi largo flequillo se escapó de aquel desastroso recogido.
Ahí estaba yo frente al espejo, con una chaqueta de corte original encima de una blusa blanca. Una de las mejores agentes de la policía secreta de New York. Me dirigí al trabajo, cuando pasé por secretaría.
-El jefe te espera en su despacho-dijo con un tono chulesco-yo que tú iría preparando la caja para recoger tus cosas.
Paré en seco levantando la mirada.
-Oye, antes de venir al trabajo para hacerte la manicura francesa, hacer como que revisas papeles, o quizá quedarte sentada mirándote al espejo que siempre guardas en tu bolsillo derecho de la chaqueta, y preguntarte lo guapa y buenorra que estás-arqueé una ceja-por qué no dejas a un lado la superficialidad y esa ironía con la que tanto me deslumbras cada día.
Resoplé.
-¿Por qué será que llegas tan enfadada?
-Porque no estoy de humor para comentarios estúpidos.
-Tranquila, que te vayan a despedir no tiene nada que ver conmigo.
-Eso te encantaría ehh…
-Bueno, no he dicho que no.
Desvié la mirada dirigiéndome hacia el despacho, haciendo un gesto con la mano. “Pasa de mí”. A eso me refería. Un gesto con un significado similar a ese. Un gesto de ignorancia y a la vez cansancio. Cansancio de lo mismo de siempre, de los mismos comentarios de siempre, de tener que ver a la misma persona, echándose medio bote de maquillaje en la cara, válgame la redundancia, intentando parecer más guapa.
Mi forma de pensar, mis comentarios-sobre el maquillaje, la pintura, todas esas cremas que se echan, esos potingues indescriptibles para la cara-siempre han causado mucha polémica.
La puerta estaba entreabierta. Discretamente, me acerqué con pasos afelpados. Ahí estaba el comisario, Julián Moyano, esperando impaciente mi llegada para reprocharme algún error grande que cometí. Estaba de espaldas con los brazos entrelazados mirando a la ventana.
-Cierra la puerta.
Las cortinas estaban bajadas, la luz de su mesa de estudio encendida, con unos papeles delante, que permitían ver motas de polvo revoloteando al sonido de tic-tac del reloj. Una antigua estantería que recientemente había sido trasladada del departamento de delitos menores, del cual se encargaba el funcionario Pablo Gómez.
-Últimas noticias-dijo, sujetando el periódico de la mañana-“El misterioso ladrón de la joyería ‘Capitio’ sorprendió a la policía, que pensaban que ya lo tenían, robando en la joyería ‘Eden’ la noche anterior a las 00:45. Entró en el establecimiento minutos antes de que el dueño, que revisaba unos papeles, se fuera. Los destrozos causados provocaron indignación por parte de la familia heredera de la empresa, a parte del descenso en la demanda de precios, lo que conllevó al cierre permanente de la joyería ‘Eden’. Parece que la patrulla del policía Julián Moyano no rinden lo suficiente. ¿A la tercera va la vencida?”
-Comisario, no haga caso de lo que dicen los hipócritas de ‘Improvident’. Pretenden interpretar la realidad de otra manera.
-Ya son dos los casos que no has resuelto. ¡Dos, Andrea!
El silencio se apoderó de la habitación durante unos segundos. Se sentó dejando caer su cuerpo. Sostuvo los papeles de aquella mesa de madera de roble.
-Tengo aquí un caso que me han traído esta mañana. Han encontrado en el aeropuerto de Rox Ford una maleta con 5 kilogramos de cocaína. Necesitan a alguien para interrogar al sospechoso, el de la maleta. Pensaba dárselo a Morris pero he decidido darte una oportunidad. Además, eres la única policía con la técnica suficiente para estas cosas.
-¿La única?
-Sí. Al parecer, el sospechoso no quiso hablar con ninguno de los hombres del cuerpo de seguridad de Rox Ford.
Un escalofrío invadió mi cuerpo.
-Gracias comisario.
-Dirígete enseguida a tu destino.
Cogí la carpeta y me apresuré a ir al aeropuerto. Los pitidos de los coches que se encontraban pasivos ante el gran tráfico situados en grandes y largas filas, me impacientaba cada vez más. Sentí un punzante dolor en la sien al montarme en el coche. Por lo que decidí ir a pie. Así también respiraba un poco de aire fresco. Rox Ford estaba cerca de la comisaría. A muy pocos kilómetros de distancia.
A medio camino, ese dolor de cabeza volvió con un fuerte martillazo en la nuca. Me apoyé en una barandilla de la acera. Pegué un silbido y paró en seco un taxi. Aquel coche empeoró mi mareo del olor que desprendía el conductor.
Al fin llegué a mi destino. Entré en la zona de seguridad. Allí lo tenían, encerrado en una habitación. Lo visualicé a través del espejo que lo separaba de mí.
-Usted es….
-Me llamo Sonia Castro. Soy la que maneja todo esto-Una mujer mayor. Supongo que estaría a meses para jubilarse. Tampoco la veía entusiasmada, aunque es lógico. Nadie querría dejar su trabajo a menos que no le gustase lo suficiente o le trajera malos recuerdos o tragedias. Las bolsas de las ojeras hinchadas, pelo teñido de negro, aunque eso no disimulaba las canas que empezaban desde la raíz. Unos labios grandes, pero demasiado finos, pero lo que le hacía un tanto atrayente era el corte de la cara. Un corte afilado, pero elegante, pálido al igual que el resto de su cuerpo, pero dulce a la vez.-Lo único que necesito es que averigüe quien le mandó trasladar esa droga y por qué. De todas formas me pondré en contacto con la oficina de policía. Si no le saca nada de información mandaré a que lo lleven allí.

Entré en el cuarto donde lo tenían. Era extraño. Al entrar, lo visualicé calmado, demasiado tranquilo diría yo, como con seguridad, como si supiera lo que le iba a preguntar. Cerré la puerta mientras me observaba con detenimiento.
           
COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA CIENTÍFICA
Ficha del detenido:
-Nombre: John.                      - Apellidos: Fisher Jackman

-Edad: 27 años                       -Altura: 1’75

-Dirección: Brooklyn Bridge, Nueva York.

-Detenido/Sospechoso asunto: Hijo de Rose Jackman y John Fisher. Su madre murió cuando tenía 4 años. Detenido por robo a mano armada  con 17 años. A los 18 años huyó de casa de sus padres. Cómplice de un atraco a un banco a mano armada.

-Buenos días-dije sentándome enfrente suya.
-Yo no estaría de acuerdo con usted.
Eché una breve carcajada.
-Si no se hubiera involucrado en el intercambio de droga, opinaría del mismo modo que yo.
-Veo que sabe menos de lo que pensaba.
Cruzó los brazos tranquilamente con una breve sonrisa y echando el cuerpo hacia atrás.
-¿Debería saber algo más?
Desvió la mirada el sospechoso. Su mirada huidiza provocó aún más misterio en mí.
-Ya estarás acostumbrado a esto.
-¿A qué debería estarlo?
-Ya sabes, estar encerrado en estas cuatro paredes durante horas y horas, siempre las mismas preguntas y supongo que te encontrarás cansado después de haber esperado ocho horas, sentado en esta…silla.
-No haga como que me conoce.
-No te conozco, no. Pero si sé más o menos cómo eres.
-Ah ¿sí? Sorpréndeme.
Resoplé. Me cabreaba que todo el mundo cuestionara mi capacidad de observación.
-A simple vista, intuyo que eres…una persona paciente, tranquila, sin ninguna adicción, no fumas y…vengativa, aunque no consigo descifrar por qué. Supongo que por algo familiar o del pasado, por eso reprimes tu dolor atracando bancos y joyerías.
Se quedó unos instantes mirándome, frotándose la barbilla.
-Veo que eres observadora.
-¿Quién te mandó la droga, John?
-¿De verdad esperas que te diga algo?
- Dame el nombre- dije apoyando mis manos en la mesa mientras me incorporaba- por si no lo sabes, tu ficha de registro está muy completa, mas algunos robos en tiendas y amenaza a un policía.
-Yo no he amenazado a ningún policía.
-Pero nadie lo sabe.
En ese momento dirigió su mirada al interruptor que había en el techo al lado de la cámara de seguridad. Estaba apagado, por lo que nadie podría ver ni escuchar la conversación durante unos pocos minutos, hasta que regresara Castro.
-Iré a la cárcel de todos modos.
De repente, se escuchó un tiroteo fuera de la habitación en donde me encontraba. En ese momento, John se levantó con una rapidez impresionante, cogiendo la pistola que guardaba en la parte trasera de mi pantalón y apuntándome con ella en la sien. Su vigoroso brazo interfería en mi respiración. Todo se quedó en silencio. Se escuchó un portazo que provenía de la habitación de al lado. Dos disparos.
-Son ellos-me susurró al oído.
-Quienes ¿tus amigos los camellos?-dije en un tono irónico.
-Si con amigos te refieres a gente que viene a por mí para torturarme y lo más probable matarme, sí.
Alguien pegó un golpe en el cristal.
-John…
-¿Qué?
-Aparta tus manazas de mi culo.
-Ahh-apartó la mano sin dejar de soltarme.
Sonó un pitido.
-¡¡Agáchate!!-gritó.
En ese instante, el grueso cristal estalló fuertemente, esparciendo los trozos  por la habitación. Varios se me incrustaron en el cuerpo. Me sentí aturdida, aislada de todo sonido. El sonido de la explosión de la bomba con la que rompieron el cristal aumentó el dolor de mis oídos. Varios hombres entraron por el hueco de la mampara rota. Dos de ellos llevaban pistolas. Me tapé los oídos.
-Joder…-dijo John.
Esquivó hábilmente un gancho horizontal de uno de ellos, rompiéndole el cuello. Un golpe en las costillas. Se incorporó de nuevo, asestándole un rodillazo en el estómago. Uno de ellos pegó un salto impulsándose con la puerta. Era japonés. John le golpeó en la tibia con desmesurado vigor que lo dejó K.O en el suelo. Bloqueo del brazo derecho de uno de ellos. Se lo retorció dando la vuelta en el aire y cayendo al suelo. Otro de ellos echó la mesa hasta la pared empotrándolo a él tras esta. Eludió la posibilidad de que los nudillos del hombre del tatuaje terminaran entre ceja y ceja. Empujó la mesa dañando las piernas del individuo del tatuaje. Todos estaban desplomados en el suelo, casi sin respiración. Era asombrosa la técnica, habilidad y capacidad de reflejos que tenía el sospechoso, John.
Yo estaba arrinconada sin saber qué hacer. Bajé las manos de la cabeza.
-¿Estás bien?-inquirió jadeando.
-Sobreviviré.
-Vámonos.
-¿A dónde?-pregunté resistiéndome.
-Si prefieres quedarte aquí y esperar 5 minutos a que estos matones se despierten, por mí te puedes quedar.
Le seguí hasta la zona trasera donde la pista de aterrizaje. Se acercó a uno de los aviones, un Airbus A380.
-¿Qué demonios haces?-pregunté entrelazando los brazos.
-Revisando los motores.
-¿Para qué?
-¿Tienes vértigo a las alturas?-arqueó una ceja.
-No.
-Mejor.
-No pensarás subir ahí tú solo al manejo de ese enorme cacharro ¿no?
-No-dijo pasando al lado del fuselaje del avión-tú vienes conmigo.
-Ni lo sueñes-respondí exhalando una breve carcajada-yo voy ahora a la comisaría y tú me acompañarás obligatoriamente.
Le agarré del brazo para colocarle las esposas, pero no me dio tiempo, porque de repente me impulsó contra el cuerpo del avión sosteniendo mis brazos en alto. Su rostro a cinco centímetros de mí. Sentí su vaho mientras me miraba fijamente.
-Ahora sí tengo motivos para decir que has amenazado a una policía.
Se rió.
-¿De verdad crees que me importa eso? Si no fuera por mí, ahora mismo estarías muerta.
-Suéltame.
-Si me prometes que vas a hacer lo que te diga.
Se quedó un instante mirándome fijamente. Se mordió el labio sensualmente.
-Ya te he dicho que no pienso subir ahí.
-Muy bien. Tú lo has querido-inesperadamente me agarró las dos piernas subiéndome encima de su hombro derecho.
-¡Ehh, ehh! Me quieres… ¿? ¡Suéltame!- grité pegándole codazos en la espalda.
Me colocó los brazos sujetándomelos por encima del otro hombro.
-Sólo te pedí una cosa. ¿Tan difícil es?
-Si me lo dijera alguien al que no lo han detenido y que no es sospechoso de varios hurtos-recibió un golpe en el omóplato.
Subió las escaleras del avión conmigo a cuestas, cuando al pasar por la puerta recibí un golpe en la cabeza y quedé inconsciente.
(14:25 del mediodía)
Desperté. Él estaba en la cabina de mando, solo.
-¿Qué tal, bella durmiente?-preguntó sonriendo.
-Déjate de tonterías. ¿Cuántas horas he dormido?
-Casi 3 horas.
Me puse en el asiento del copiloto.
-¿Me puedes decir a dónde vamos?
-A San Francisco, California.
-¿Qué? ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
-Está bastante lejos.
-Muy agudo, John.
-Quiero decir, es un lugar lejos porque allí no creo que nos encuentren-aclaró.
-Querrás decir que no te encuentren.
-Sí, pero tú ya estás implicada-dijo mirándome.
-¿Por qué te quieren?
-¿Quieres que te maten?, no me hagas esas preguntas.
- Cuéntamelo si no quieres que te incordie en todo el viaje. Quedará 1 hora aproximadamente ¿no?-dije enarcando una ceja-además, ya estoy implicada.
-Mira en el bolsillo de tu pantalón.
Saqué un colgante oxidado.
-¿Un collar? ¿Me estás diciendo que te querían matar por un collar?-fruncí el ceño-no es por nada, pero qué mal gusto tienen los tipos que te buscaban.
-Mira detrás-insistió.
Había varios números consecutivos.
-Es la clave de uno de los misiles más peligrosos y efectivos del mundo. Creado en Rusia. Antes trabajaba para el servicio militar ruso. Me entrené para eso, pero nunca pensé que quisieran lanzar misiles por toda Europa. Les robé la clave secreta y hasta entonces no me encontraron desde hace 2 años. No esperaba que llegara este momento.
-¿Y no sería mejor que la eliminaras? La clave.
-Pretendía entregárselo a las fuerzas aéreas de EEUU. Una fuente del Ministerio de Defensa afirmó que no fue detectado por ningún sistema defensivo antiaéreo estadounidense.
-¿Y se puede saber por qué estaba en mi bolsillo trasero?
-Te lo metí ahí al quitarte la pistola, cuando pensabas que te tocaba el culo.
-¿Algo más que deba saber?
-Que tengo 25 años. No 27.
-Y mentiste por… ¿?
-Por aburrimiento-echó una breve carcajada.
Miró por una de las pantallas de cristal líquido.
-Siéntate y ponte el cinturón. Vamos a aterrizar ahora.
El corazón se me aceleró. Cerré los ojos cuando vi que bajaba la palanca de control lateral.
-¿No decías que no te daban miedo las alturas?
-¿Y tú no decías que tenías 27 años?
Bajamos del avión. Los oídos me dolían, una sensación tan dolorosa que parecía que me sangraban.
Me froté los brazos varias veces consecutivas al estar en pie. Hacía bastante frío y no me había traído mi suave y holgado abrigo de borrego por dentro. Pero claro, no tenía previsto venir aquí, a San Francisco con un desconocido, por el inverosímil motivo de que nos persiguen unos corpulentos esbirros que tienen el objetivo de conseguir un simple collar. ¿Creíble?
Entramos en el aeropuerto de San Francisco sin que nos viera nadie. Pasamos por la zona de bisutería, adornos, recuerdos…
-Mierda. Dame la mano.
-¿Qué ocurre?
-Están allí, más de ellos, al lado de la columna de postales.
-¿Esos de allí?
-No es difícil distinguir a los rusos
-Se lo habrán comunicado los otros.
-Tú cógeme de la mano e intenta parecer que somos pareja.
-Como si fuera fácil-añadí irónicamente.
Cogió una gorra disimuladamente y un pañuelo de esa tienda. Nos lo pusimos para evitar que nos reconocieran. Pero eso tipos estaban cerca nuestra. A penas se les veía los rostros, aunque logré distinguir en uno de ellos un tatuaje. Una calavera en cada dedo de las manos. De repente uno de ellos miró hacia nosotros. John se dio la vuelta, me agarró de la cintura apoyándome en la pared. Se arrimó hacia mí. Me contemplaba detenida y tiernamente. En ese instante, sus labios rozaron lentamente los míos. Cogió un mechón de mi pelo echándolo hacia atrás y rozando su mano en mi rostro. El silencio invadió por un momento el espacio. Nuestro alrededor se congeló sintiendo algo diferente, algo excitante. Mis párpados se cerraron sintiendo el roce suave y la tibieza de sus labios. Lentamente, pasó su mano sosteniendo mi cuello, como si este no pudiera aguantar el auge de sus besos. Mis brazos descendieron lentamente por su torso. Ese momento de ternura, de delirio, fue interminable. Sus labios se separaron de los míos. Acercó su boca a mi oído.
-¿Siguen mirando?
-No-respondí intentando buscar su mirada-esto…era necesario ¿no?
-Sí, por seguridad-respondió poco convencido. Desvió la mirada-vámonos-dijo llevándome por la cintura.
Nos montamos rápidamente en uno de los taxis de aquella larga fila.
-A Lombard Street, por favor.
- ¿Qué hay allí?-inquirí.
-Tengo una casa.
Un fresco pero resquebrajado viento se adhería a mi rostro con fuerza mientras yo cerraba los ojos, sintiéndolo por primera vez, ese fresco en concreto. Casas aglutinadas,  consecutivas unas a otras, todas iguales o casi. Pero eran preciosas, y bastante grandes. El conductor fue disminuyendo la velocidad conforme llegábamos a Lombard Street, donde se encontraban dispares casas victorianas. Las hermosas viviendas con la que cualquiera soñaría tener.
Me quedé atónita al observar la casa que tenía a mi frente.
Subimos las bonitas escaleras exteriores que daban a un porche octogonal.
-Hace frío-dije entrelazando mis brazos.
-Estamos en pleno invierno. ¿Qué esperabas?
Le sonreí.
-Bienvenida a mi humilde morada-el chirrido de la puerta al abrirse me causó escalofrío.
Me quedé petrificada mirando alrededor.
Un gran salón con un par de cálidas chimeneas, rincones para la lectura, un gran ventanal que daba al jardín, un despacho bastante tranquilo…
-Pondré la calefacción-dijo alejándose de mí hacia el sótano.
-¿Dónde están las toallas?- pregunté alzando un poco la voz.
-En la habitación de arriba.
Gotas de agua recorriendo rápidamente cada curvatura de mi cuerpo como si fuera aquello una competición para ver quien llegaba antes a mis pies. El tranquilizador sonido del agua estimulaba la relajación de mis párpados. A mi cabeza volvieron imágenes de estas últimas seis horas. Imágenes de John. Imágenes continuas de ese choque odioso, pero a la vez deseado entre nosotros dos. Ese apasionado beso en el aeropuerto. El momento de acción en la sala de interrogatorios. Después de quince minutos, salí de la ducha. Pero no me dio tiempo a reaccionar cuando se abrió la puerta.
-¡¿Pero qué…?!-exclamé.
Mis pechos quedaron expuestos al descubierto ante John. Cogí enseguida la toalla que se hallaba a mi derecha. Él se dio la vuelta enseguida.
-¿No sabes llamar a la puerta?-dije enfadada y avergonzada.
-Lo siento, sólo subía para decirte que voy a comprar comida.
-Bien-respondí señalándole la puerta.
-Vale-se fue mirándome descaradamente.
Cerré la puerta de golpe. Debo reconocer que fue bastante sonoro el portazo.
-Ah, por cierto-dijo él mientras volvía a abrir. Me tapé de nuevo rápidamente
-¡Vete!
-Te he dejado ahí un móvil por si necesitas algo. El número está en la mesilla. Exhaló una breve carcajada.
-¡¡Que te vayas!!-le grité, tirándole el peine del lavabo.
-¡Vale! ¡Ya voy!
Lo esquivó, desgraciadamente.
-¡Pero será posible!
(Punto de vista de John)
Mi mente es incapaz de dejar de pensar en todo lo sucedido. Se supone que todas las misiones que hacía no podían afectar ni influir en mi vida personal. Se supone que debe ser profesional.
Estoy tan despistado ahora mismo que no sé ni qué comprarle en este cutre supermercado.
De repente, sonó el móvil.
-A ver, si te vas a poner como una histérica gritándome por lo que ha ocurrido antes…-dije, pero antes de completar la frase me interrumpió.
-Dónde está la clave-dijo una voz masculina.
-¿Quién eres?                
-Tienes media hora. A las 20:30 en la última planta del parking de Riverley.
-Jódete. No pienso darte la clave.
Resopló lleno de rabia.
-Pues despídete de tu amiguita. ¡Вы пойти на это!
Вы пойти на это’. Dijo exactamente: ‘ve a por ella’.
Escuché un grito a través del móvil, un quejido de dolor, de llanto, de Andrea.
-Eh, ¡no! ¡No!-contesté de repente-está bien.
En ese momento, fui corriendo a los aparcamientos de a fuera, hacia el coche.
-La clave.
-La clave por la chica-respondí.
-De acuerdo.
-Pero necesito saber que está bien.
Se escuchó una risa de fondo. Mientras tanto corría a toda velocidad hacia Lombard Street.
-¡John!-dijo llorando-ayúdame, por favor, sácame de aquí.
-Eh, eh, tranquila. Tranquilízate Andrea. Todo saldrá bien. Te lo prometo.
-Está aquí…el del tatuaje está aquí.
-¿Qué?
-Se acabó-respondió uno de ellos.
Le quitaron el teléfono de repente.
-¡No, no! ¡Dejadme en paz! ¡A dónde me llevais!-gritó Andrea escuchándosela cada vez menos. Se alejaba más y más.
-Dejadla en paz. Ella no ha hecho nada.
-Me conmueves, John-respondió uno al coger el teléfono.
Un silencio permaneció durante unos segundos. Me quedé pensando. Recordé. El tatuaje, aquella voz familiar, un acento ruso, que supiera mi nombre. Recordé el tatuaje de las calaveras que me describió Andrea. Existe un significado para cada tatuaje, para cada símbolo que representa. La mayoría de los símbolos de la mafia rusa eran religiosos. Los dedos de la mano muestran una calavera por cada asesinato cometido por la persona. Ese tatuaje solía ser propio de la mafia rusa. Conseguí enlazar cada cosa hasta llegar a…
-Eres tú-dije.
-Has tardado, John. Parece mentira que despistaras a todos aquellos spetsnaz de la mafia rusa.
Los spetsnaz soviéticos. Se refería a los comandos de fuerzas especiales de elites tanto policiales como militares. Los spetsnaz de la Federación Rusa.
-No entiendo qué es lo que te da fuerzas para seguir allí. De qué te sirve querer conseguir la clave, estar al lado de ese grupo de soviéticos desequilibrados.
Se rió. Hubo un breve silencio durante cinco segundos.
-El poder, viejo amigo. Ser capaz de controlarlo todo. El general está a punto de ascenderme a teniente general del cuerpo del ejército. Le hago bastante la pelota.
-Ya…veo que no has cambiado.
-Qué pena que no pueda decir lo mismo de ti-respondió. Acto seguido colgó el teléfono.
Pero ya había pasado más de un minuto y me dio tiempo a rastrear la llamada. Localicé su posición pero no era la misma que me indicó él por teléfono. Marcaba el edificio de enfrente, de once plantas, el hotel Riverley.
Di media vuelta frenando en seco.
Saqué el GPS de la cartuchera del coche, intentando localizar una ruta más accesible, cualquier callejón, lo que fuera posible, siempre que estuviera dentro de los límites de ese barrio. Mi plan era entrar en el edificio donde se situaban mientras despistaba a la mitad de ellos, los cuales fijarían su objetivo en el parking. Para eso, necesitaba a alguien que los despistara. Alguien con experiencia, experto en carreras de coches.
Hice una llamada de inmediato.  
-Raul, amigo, sigues en la ciudad ¿no?
-Sí, claro.
-Vale, porque necesito tu ayuda.
-Te debo una, ¿recuerdas?-respondió.
-Está bien. Escucha atentamente cada palabra…
(Punto de vista de Andrea)
Llevaba encerrada media hora aproximadamente, en una sala sin ventanas al exterior. Permanecía agobiada. Escasamente podía respirar y el jadeante sonido de mi respiración incrementaba mi nerviosismo. Me hallaba encadenada a una silla, con las manos y los pies atados. Mis ojos estaban vendados. Sentía escalofríos debido a la humedad que se respiraba en ese sitio. Apenas me tapaba la sudadera que me puse antes de que llegaran esos tipos y me raptaran. Había cristales en el suelo. Por el chillido de las ratas, debía de encontrarme en un edificio, un edificio con varias plantas. Lo supe cuando subimos por el ascensor. Debía de ser un bloque abandonado, un viejo hotel, una antigua empresa o algo parecido. Unos pasos se acercaban lentamente. Arrastró una silla y se sentó delante de mí. Escuché el sonido del mechero encendiendo un cigarrillo.
Tragué saliva intentando calmarme.
-Andrea, te llamas ¿no?
-Para ti, inspectora Andrea.
Se rió. Sorbió una calada del cigarro.
-Sabe, inspectora, que dentro de media hora estará usted muerta al igual que su compañero.
Giré el rostro de un modo despreciable.
-¿De qué le conoces, a John?-inquirí.
-¿Perdona?
-Sé que conoces a John de algo, te escuché antes hablando con él.
Echó una carcajada. Pero seguía sin responderme.
-¿De algo del pasado?-pregunté de nuevo-sí, lo más seguro. Erais íntimos, pero algo te hizo él, y por eso le guardas tanto rencor y actúas de esa manera.
-Y, ¿De qué manera, inspectora?-dijo él. Tomó otra calada.
-Pues si no lo sabes tú…
-Usted es la experta.
-Del modo en el que se comporta ahora mismo. Esa conducta rebelde, el modo sarcástico y arcaico y la forma en que habla a cada persona, en una condición de superioridad, tratando a la gente como alimaña.
-Sé cómo actuáis todo los policías-dijo tirando la colilla. Escuché una pisada suya-siempre intentando intimidar a las personas, tratando de que se sientan vulnerables, débiles-respondió acercándose a mi oído-cuando aquí el que controla la situación soy yo.
Me mantuve callada, quieta, evitando el vaho que desprendía con tanta arrogancia. Se quedó muy cerca de mí, seguramente observándome.
-No todo ocurre por casualidad-respondió colocándome un mechón de pelo por detrás de la oreja- ¿Crees en el destino? ¿Crees que estás aquí, sentada en esta vieja silla por alguna razón concreta?
-No creo en el destino y tampoco creo en nada de lo que dices.
Tragué saliva. Seguía con los ojos vendados.
-Eres demasiado atractiva como para andar con el cobarde de John.
-¿Cobarde? Lo dice el que contrata a asesinos a sueldo.
-Te conviene no hablarme así.
-¿Así, cómo?
Sonrió. Se sentó encima de mí. Pesaba bastante, por lo que imaginé que era corpulento, fuerte. Tenía el pelo rapado. Me percaté de ese detalle cuando se acercó a mi oído.
-Me gustan las chicas como tú-besó mi cuello. Me aparté bruscamente de él. Volvió a reírse-valientes, sin miedo a la muerte…-Me tiró del pelo hacia atrás y volvió a acercarse a mí, buscando mis labios, que inevitablemente no pudieron evitar rozarse con los suyos. Su mano derecha se deslizó hasta mi pecho. Le pegué un mordisco en el labio superior.
-¡Ahhhhhh!-gritó levantando su mano. Me abofeteó la cara cayendo yo al suelo junto con la silla-zorra…
De repente, el suelo tembló. Se escuchó una gran explosión.
-¿Qué coño ha sido eso?-inquirió cabreado-no te muevas de aquí.
-Descuida-respondí irónicamente-pervertido…-susurré.
Las cuerdas de mis manos se aflojaron.
(Punto de vista de John. Quince minutos antes del encuentro.)
 Por ahora, todo va como había planeado. Me sitúo enfrente del parking sosteniendo unos prismáticos en mi mano, escondido entre unos arbustos y esperando a que mi viejo amigo, Raúl, dé la señal. Dirijo el prismático hacia la derecha observando el hotel Riverley. Han colocado a dos gorilas en la entrada de la puerta del hotel. Uno de ellos sostiene un fusil saiga semiautomático. El otro se mantiene rígido, pero no se percata de que será la última vez que tenga en sus manos aquel fusil de asalto AK-74. Me coloco en posición de tiro, junto a la Dynamax. Un fusil español actualmente puesto en servicio. La ventaja de tener en mis manos a esta pequeña asesina es la posibilidad de disparar en ráfaga de dos tiros.
Suena una gran explosión. Provenía del parking de enfrente. En ese momento, apunté a la entrada con la mirilla telescópica. Recibió cada uno de ellos un disparo en la sien. Salí de aquellos matorrales, dejando allí escondida la Dynamax. En ese instante, empezaron a salir tipos del mismo tamaño que los otros, de dos en dos.
Cogí uno de los fusiles tirados en el suelo. Cuatro de esos tipos cayeron al suelo derrotados. Salieron dos más. Cogí una barra de metal que había a mi izquierda y le golpeé en las piernas a uno de ellos haciéndolo caer. Volví a coger el fusil, sin balas. Se acercó un Spetsnaz hacia mí. Esquivé un golpe suyo y le di con la culata del fusil en la nuca quedándolo inconsciente, tirado en el suelo. Entré en el hotel silenciosamente. No había nadie visible. Un silencio invadió aquel viejo hotel. Entré en el ascensor.

Décima planta. El ascensor se abrió. No había nadie. Un largo pasillo sin ningún maldito ruso que lanzara una granada.
-¿Estás bien?-pregunté a través del walkie.
-Creo que sigo vivo-respondió Raúl-la bomba les ha distraído bastante.
-¿Te has encargado de los demás Spetsnaz?
-Podría decirse que les he dado de su propia medicina-respondió Raúl de un modo sarcástico.
Escuché un ruido proveniente de una de las puertas, situada al final del pasillo.
-¿Cuántas plantas hay?
-Creo que doce, ¿por?
-Entonces, la tendrán escondida en la última planta-respondí.
-Eso quiere decir…
-Que me he confundido de planta-dije a través del walkie.
-John, sal de ahí.
Comenzaron a salir más Spetsnaz y algunos armados.
-Joder…-dije un tanto preocupado.
Me escondí rápidamente tras una pared antes de que me incrustaran alguna de esos proyectiles. El ascensor quedó destrozado a balazos. Esquivé la trayectoria de las balas que se dirigían hacia mí. Noté aquel momento, aquellos insignificantes segundos en que uno de los proyectiles pasaba por mi lado, notando el roce del latón pasando por mi piel.
La bala me hizo una pequeña rozadura, provocándome una abertura por la que comenzó a descender un riachuelo de sangre.
-John, qué son esos tiroteos-gritó Raul.
-Tú qué crees.
Me asomé intentando alcanzar a alguno. Intenté centrar mi mente, agudizar la vista, pensando que podría hacer sin que ninguna bala me alcanzase.
Me eché hacia atrás y acto seguido, lancé una granada hacia el fondo del pasillo. Me asomé. Estaban todos derribados, caídos en el suelo.
-John, ¿estás ahí? ¡Responde joder!-exclamó Raúl.
-Vuela la última planta en quince minutos.
-Estás seguro, ¿no?
-No…pero tú haz lo que te digo-cronometré el reloj digital. Corría la cuenta atrás.
Suspiré profundamente. Subí las escaleras silenciosamente. Al llegar no había nadie visible. El sonido de una bombilla fundida. Se respiraba un olor agrio, fuerte, como plomo. Permanecí en silencio durante unos segundos. No se oía nada. Me acerqué con pasos afelpados. Abrí la primera puerta de la derecha. La nº 99. No había nadie. Sólo una luz encendida parpadeando. Me acerqué sigilosamente a la nº100. Una silla en el medio de la habitación. Nº 101. Nº 102. Nada. Nº 103, unos cuantos explosivos sobre una mesa. Llegué finalmente a la nº108. Ninguna ventana que diera al exterior. Una silla pegada a la pared y otra enfrente. Una soga en el suelo. Pero no había nadie. Puse un pie en la habitación sin dejar de levantar el cañón de la escopeta. Aquello permanecía muy oscuro. Me mantuve rígido, erguido, sin apartar la atención de enfrente. En ese momento sentí el calor del cañón de una pistola apuntándome en la sien.
-Suelta ahora mismo la escopeta-susurró una voz.
Se oía fuertemente su respiración. Aquella persona se sentía demasiado asustada.
De repente, desvié el cañón de la pistola de mi sien, cayendo al suelo. Empujé la pistola echándola hacia el pasillo con el pie. Apenas se veía algo. A esa persona la perdí de vista. Se cerró la puerta. Todavía oía su respiración, ese nerviosismo con el que se escondía de entre la oscuridad, impidiendo saber donde estaba. Sentí un golpe en las costillas. Me incorporé de nuevo. Otro golpe en la espinilla. Me quitó el fusil de las manos de un golpe.
-¿Quién eres?- inquirí insistente.
Un siniestro silencio invadía la habitación.
Justo en el momento en el que se acercaba hacia mí, esquivé un golpe. Le agarré empujándole hacia la pared. Le sostuve por el cuello. Noté su pelo, un pelo largo y ondulado. Era una chica. Palpé su trasero examinándolo suavemente. Me reí. Se dio la vuelta rápidamente, estando ella frente a mí.
-¿Una chica?
-¿Tienes miedo de que una chica te dé una paliza?
-Cuando me lo demuestres, te daré la razón.
-Pero puede que para ese entonces estés muerto.
Me empujó fuertemente. Me golpeó en la cara. Me hizo un corte en la comisura de los labios. Se acercó a mí, provocándome un arañazo en la cara.
-¿Eso es todo lo que sabes hacer?-pregunté de un modo soberbio.
De repente, recibí un rodillazo en los genitales. Un fuerte y punzante dolor.
-¡Joder!-grité.
-Eso es todo-respondió ella.
Escuché unos pasos distanciándose de mí, acercándose hacia la salida mientras se guiaba por la pared. Abrió lentamente la puerta asegurándose de que no había nadie en el pasillo. Corrí hacia allí rápidamente.
(Punto de vista de Andrea)
No había nadie fuera. Fui a salir de aquella habitación, cuando él me agarró del pie. Caí al suelo boca arriba. Él tropezó desplomándose sobre mí. Le miré detenidamente. Logré reconocer sus ojos. La cercanía era inminente. Estaba a centímetros de su rostro. Sus labios a una pequeña distancia de los míos.
-Eres tú…-susurró él.
-Creí que eras…-respondí sin apenas poder hablar.
-¿Que era uno de ellos?-dijo arqueando una ceja.
-Pensé que no vendrías-contesté, absorbiendo cada partícula de vaho que expulsaba.
-No te dejaría atrás…jamás-argumentó John.
Me miró lentamente con sus ojos. Con esa mirada tan apetecible, tan sensual. Con esos ojos tan verdosos, brillando en la oscuridad y yo perdida en ellos.
Se acercó hacia mí suavemente, buscando mis labios. Mis párpados se fueron cerrando sintiendo el roce de sus tenues labios. Todo, a mi alrededor desapareció. Podía reconocer el beso en aquel aeropuerto de San Francisco. Un profundo y apetecible beso. Todos los recuerdos de mi mente se centraron en él únicamente. Rozándose nuestros cuerpos, respirando aquella dulzura que desprendía, jugando con nuestro paladar, descendió su mano recorriendo mi cintura, persistiendo sobre mi pierna, sosteniéndola con deseo, con ardor. Y sin llegar a más, sus labios se desprendieron de los míos. La tenue luz del pasillo seguía parpadeando. Aún cerca de mí, abrió los párpados clavando sus pupilas en mí y dejando caer una pequeña sonrisa.
-Tenemos que irnos- respondió tras mirar el reloj.
-El ascensor…
-No, no funciona-respondió.
Se incorporó de forma leve. Entró en la habitación de enfrente. Me levanté. Tenía mucho frío. La corriente de aire de aquella ventana hacía que mis escalofríos aumentaran. Volvió hacia mí, pero llevaba en las manos una larga y gruesa cuerda.
-Descenderemos por la ventana-afirmó.
-¡¿Qué?! ¿Te has fijado en la altura que hay desde aquí? Son al menos trece plantas.
-Doce.
-Ah, bueno, ya me encuentro más tranquila-respondí irónicamente.
Ató un borde de la cuerda en un barrote que había pegado al suelo. Se acercó hacia mí rodeándome con la cuerda a él y a mí. Me sentí un poco incómoda. Aquella cuerda estaba muy fuerte. Nuestros cuerpos se juntaron. Por si fuera poco, hizo una especie de nudo extraño que no supe descifrar.
-¿Cómo lo has hecho?-inquirí.
Se rió brevemente.
-Me entrenaron para esto, ¿recuerdas?
-Sí pero no pensaba que fueras tan hábil.
-No es cuestión de habilidad, sino de supervivencia-respondió mientras terminaba de apretar el nudo-¿eres siempre así?
-Así cómo…
-Así de habladora y curiosa. No es bueno.
-Soy curiosa cuando algo me intriga de verdad-dije mirándole a los ojos-No veo nada de malo en eso.
-Yo sí. Puede resultarle pesado a las personas, como ahora mismo a mí.
De repente, me agarró y me subió con él al borde de la ventana.
-¡Pues no te has quejado cuando te he besado!
Me sujeté con miedo a él. Sólo de mirar la altura a la que estábamos me provocaba mareos. Cada vez hacía más frío.
-Nadie se quejaría de eso-respondió mirando mis labios-vamos a saltar. ¿Estás preparada?
-¡No!
-Lo suponía.
En ese momento, apareció una persona al final del pasillo. Uno de ellos. Era él, el del tatuaje.
не двигайтесь!-dijo apuntándonos con la pistola.
-¡Salta!-me gritó John-¡ya!
Dejé caer mi cuerpo junto a John. Sonó un disparo. Abrió fuego él, el spetsnaz. Pero cuando me di cuenta, mi estomago no dejaba de sangrar. Me sentí demasiado mareada. Caí en un relajante sonido, una brisa de aire recorriendo mi rostro. Tenía la vista borrosa. Mis párpados descendieron poco a poco, hasta que me desmayé. Caí en un profundo sueño.
(Punto de vista de John)
-¡Andrea!¡Andrea!-grité asustado, desconcertado por lo que había pasado.
Caímos a tiempo en el suelo, segundos antes de que el edificio explotara. En ese momento, todos los cristales explotaron, desmenuzados por la bomba, cayeron en dirección al suelo. Rápidamente, cubrí a Andrea situándome encima de ella.
Escuché el frenazo de un coche. Era mi amigo Raúl. Cogí a Andrea en brazos y la subí al coche.
-Arranca…-insistí desde la parte trasera del coche. Apretaba con fuerza mi mano en el estómago de ella.
-¿Qué ha ocurrido?-preguntó Raúl.
-Era Nikolay-dije aguantando la presión.
-¿Está muerto?
Asentí levemente.
Llegamos a casa de Raúl. No podía volver a mi otra casa. No estaba seguro allí. Raúl paró su hemorragia y le cosió la herida meticulosamente. Aquel día se me hizo eterno. Era hora de descansar, pues por dentro me sentía destrozado. Llevé a Andrea al cuarto de invitados, en la primera planta. La tumbé con delicadeza en la cama. La arropé suavemente. Le retiré un mechón de pelo evitando tapar su hermoso rostro. En ese instante mis sentimientos comenzaron a colisionarse unos contra otros. Comencé a sentir algo que en mucho tiempo no había sentido. Comenzaba a añorarla cuando ni si quiera me había ido. En ese momento supe que pasaría el resto de mi vida junto a ella. Cada noche a su lado, protegiéndonos uno al otro, tumbados los dos, desnudos  junto al fuego de la chimenea que nos calienta, y sólo observando su belleza, su lacio pelo que desciende por esa simétrica espalda; ella tan tímida, evitando mi mirada y yo buscándola, aquellos ojos penetrantes, tan intensos, tan seductores que al observarme con detenimiento, fijaba su mirada en mí unos segundos más de la cuenta queriendo decirme todo de una sola vez.
No quería ponerla en peligro. Y por más que me costara, debía hacerlo.
Mis pies se arrastraron por el pasillo lentamente hasta mi habitación. Caí desplomado en la cama.
(Punto de vista de Andrea. Día siguiente. 10:23)
Desperté. Mi cuerpo había descansado demasiado. Me sentía sosegada, relajada, apacible. La herida de la bala se había cerrado. Mi incliné intentando respirar profundamente, respirar esa brisa placentera que colisionaba con las cortinas del balcón. Me levanté levemente acercándome allí. Disfrutando de unas maravillosas y especiales vistas al mar, comencé a recordar todo lo ocurrido. Todo había terminado ya. Aquella guerra por el poder y la avaricia había culminado entre muertes y desastres. El sonido del mar, de las olas chocando entre sí hacía que todo aquello fuera único. Me acerqué un poco más. Apoyando los brazos sobre el borde de la barandilla, aprecié a mi izquierda un mismo balcón proveniente de la habitación de John. Estaba vacío. De repente, salí al pasillo rápidamente.
-¿Y John?-pregunté a Raúl.
-Se fue esta mañana temprano.
-¿A dónde?
-Me dijo que no te lo dijera-respondió mientras dejaba su portátil en la mesa del salón. Se levantó dirigiéndose hacia mí- y también me dijo que no quería perjudicarte.
-¿Perjudicarme? No lo entiendo, ¿por qué me iba a pasar algo?
-¿Todavía te preguntas eso sabiendo todo lo que ha pasado?-me puso su mano en el brazo-no quiere que te ocurra nada malo.
-No necesito que me consuelen-dije apartándole la mano.
Mi corazón se aceleró. Sentí que me faltaba algo. Pero era inevitable que se desvaneciera la esencia de mi amor por él, esa pasión con la que me sedujo en todo momento y que yo, ignorante de todo lo demás, no evité. Una insufrible tristeza inundó mis pensamientos, dotándolos de malos recuerdos con los que no podría sobrevivir. Una ansiedad recorría mi alma. Era incapaz de disimular esas lágrimas que recorrían cada facción de mi rostro.
-Andrea…-se acercó hacia mí. Apartó una lágrima de mi mejilla-está en el aeropuerto. Tienes veinte minutos hasta que suba al avión.
Me puse unos vaqueros y una camisa velozmente. Bajé las escaleras tras coger las llaves de Raúl.
-Me voy…-dije saliendo de la puerta.
-No sé cómo piensas ir…
-Con tu coche.
-¿Qué?
-Lo cuidaré, no le pasará nada.
(10:50 Aeropuerto de San Francisco.)
Frené de golpe en la entrada del aeropuerto. Al entrar, examiné la sala detenidamente. Apenas había gente, pues era día de diario. A lo lejos, sentado en una de las filas últimas, distinguí a John. Permanecía sentado, mirando constantemente las agujas del reloj mientras sostenía en las manos el pasaporte, al cual no paraba de darle vueltas intentando buscar una solución. Posó sus manos en la nuca frotándosela del cansancio. Yo me acercaba cada vez más y más hacia él.
Giró su rostro y se levantó rápidamente.
-¿Qué haces aquí?
-Te vas sin decir nada. Ni si quiera tienes el pudor de avisarme.
-No deberías estar aquí.
-¿Por qué te vas?-le insistí acercándome a él.
-Te lo ha dicho Raúl…
-¡Responde a mi pregunta!-grité abalanzándome sobre él. Recibió un puñetazo en el pecho con la zona lateral de la mano. Me sujetó-no evites mis preguntas creyendo que no has hecho nada malo-me alejé de él bruscamente.
-Andrea, yo…
-La próxima vez no seas tan egoísta y piensa en los demás, porque puedes dañar a alguien como lo estás haciendo conmigo. Y supongo que te irás, te olvidarás de mí alejándote como si no hubiera pasado nada.
-No, eso no es así…Jamás me olvidaría de ti-respondió mirándome fijamente a los ojos. Tocó mi rostro con sus dos manos dulcemente. Se me cayó una lágrima.
-¡No! ¡No digas eso!-exclamé. Me aparté de él-necesito algo más.
-Andrea, no quiero ponerte en peligro, no quiero que te pase nada. Has estado en peligro todo el tiempo por culpa mía.
-Es que no necesito que cuides de mí. Es suficiente lo que estoy viendo. No quiero que me aclares nada más. Vete con tu pasaporte a donde quieras y olvídate de mí-respondí mirándole con tristeza-porque yo haré lo mismo…
Me di la vuelta. Contuve toda la tristeza intentando no derrumbarme otra vez. Anduve con pasos afelpados hasta la salida. Comenzó a llover. El coche se lo habría llevado la grúa. No debí ponerlo en la zona de taxis. Pero no me detuve y seguí caminando sin ningún destino al que querer, sin ubicación alguna. La ropa comenzó a empaparse y mi ropa interior a transparentarse. Escuché unos pasos a lo lejos corriendo hacia mí.
-No pienso ir a ningún lugar…-dijo John jadeando-sin ti. Y si quería irme es porque…si te pasara algo jamás me lo perdonaría. Eres la felicidad que perdí hace años y que he vuelto a recuperar y cada vez que te miraba a los ojos, cada beso que te robé en aquellos momentos, sentía una felicidad, una seguridad en mí mismo que nunca sentí-dijo mirándome a los ojos. Se acercó hacia mí-Quiero pasar el resto de mis días cuidándote, acariciándote, besándote, aprendiendo de ti…y estoy seguro de que merecerá la pena arriesgarse.
-John…
-Qué…-dijo. Se quedó perplejo, asustado por la respuesta que recibiría.
-Está lloviendo y nuestras ropas están empapadas.
Se rió brevemente. Su rostro a centímetros del mío. Sentí su vaho acariciando mi piel. Unos segundos permaneciendo quietos, el uno mirando al otro, observando la pasión del momento. Se acercó a mí rozando mis labios con los suyos. Un tierno y delicado beso. Fue pasional. Idéntico que al beso del aeropuerto, que la noche del hotel…
Un beso que fue el comienzo de grandes aventuras peligrosas y que terminó en el mismo punto de destino. Aquella noche fue inolvidable.     
FIN

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