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domingo, 19 de enero de 2014

Vivir para morir.

Vivir para morir.

Respira suavemente durante unos segundos, mira a tu alrededor y asimila la realidad. Esa realidad a la que estamos acostumbrados a ver, y a ser. Sentir el aire rozando tu piel, notar esas motas de ignorancia que se esparcen por tus venas, ese vaho que desprendes al pasear y regocijarse al ver la belleza en sí de la vida, al sentir el viento golpeando tu rostro, escuchando unas risas llenas de alegría, de familias, de parejas, de jóvenes, disfrutando de la vida. No se trata de planear ni de calcular nada. Disfrutar de las pequeñas cosas.
Miras a tú alrededor, y ves el entorno, el tiempo, aquellos bloques, pisos viejos esperando a ser carcomidos  por el tiempo, por la suciedad, por la antigüedad. Nubes danzando en el cielo, sin llegar a eclipsar el sol, un sol radiante atravesando cada poro de mi piel. Árboles floridos movidos por el viento que proviene del oeste. Gaviotas sobrevolando por encima del banco central de Manhattan, huyendo en dirección contraria, como si supieran a donde ir. Son aquellos pequeños, hermosos detalles los que hacen que no cuestionemos el por qué de nuestra existencia, porque sabemos que en el fondo y después de todo esto, estamos destinados a morir y seguiremos sin saber por qué.